domingo, 27 de marzo de 2016

LA BOMBA DE HIELO


¿Cuál es el peor error que puede cometer un periodista? En realidad son dos cosas que parten de lo mismo. Primero, que la noticia del siglo pase por debajo de sus narices y ni siquiera se entere. Y lo segundo es que, una vez se entere, ya sea demasiado tarde. Me temo, queridos lectores y colegas periodistas, que he pecado de ambas cosas. Puesto que fui testigo indirecto a los atentados perpretados en Bruselas el 22 de marzo de 2016. Y mi historia es una contada desde la ignorancia del antes y lo superfluo del después. Me gustaría basar esta anacrónica en los hechos. O incluso el calor humano que salía como consecuencia de los atentados.  Pero se trata de un relato más oscuro. La Sociología del Mal. Partiendo todo de tres incógnitas. La Santa Trinidad de mi experiencia: ¿Era un turista ignorante? ¿Era un periodista ineficiente? ¿O... francamente... ni siquiera me importaba? Para contestar dichas preguntas, debo contar la historia desde mis pecados. Que, en honor a la Semana Santa que recién iniciaba, dividí en dos partes. Antes del Terrorismo y Despúes del Terrorismo. El Tiempo no existía. Ni yo tampoco.

Cero Años Antes del Terrorismo
(OO A.T.)

Mi hotel se llamaba Van Belle. Se encontraba en la Calle Chaussé de Mons o Bergensesteenweg. Esta dualidad era común en toda la ciudad. Las opción frencesa/flamenca. Mi primer objetivo era sacar dinero. Lo intenté también ayer cuando llegué al aeropuerto de Zavetem. El metro estaba cerrado por la hora. Era tarde ya. Cerca de la media noche. No encontraba cajeros ni centros de información.  Sabiendo que un taxi me iba a timar (especialmente tratándose de la región de los taxis más caros de Europa), encontré un bus que me llevaba al centro a un precio razonable. Aunque no tenía idea de dónde tenía que ir. Y curiosamente, elegí bajarme frente al Parlamento Europeo. Donde veía cajeros y los taxis no me cobrarían tanto por la distancia. Desafortunadamente, los únicos que encontraba no dispensaban euros. Volviendo a aquella mañana, seguía con el mismo cometido. Y no encontraba cajero alguno. Durante lo que parecían millas y millas. Al cabo de un tiempo, me encontré con mi primera parada del Metro Belga: Lemmonier. Estaba abierta. Eran las 7 o así. Pero seguía sin disponer de dinero en líquido. Por algún motivo me propuse no hacer nada, ni siquiera comer o beber, hasta tener algo en efectivo. Pensaba que sería cuestión de minutos. Aunque tardé mucho hasta dar con uno.

Subí por el Boulevard Lemmonier y crucé a la Avenue Stalingrad al poco tiempo. Estaba muy cansado. No por haber dormido mal. Sino porque había bebido el día anterior. Desde el Aeropuerto de Madrid hasta mi Hotel en Bélgica. Confieso que es mi principal razón por venir. Las cervezas belgas. Me encantan. Y en Bruselas las tenía en cada esquina. Justamente me encontré con un bar al final de Stalingrad donde vendían varias. Seguía sin tener dinero y pasé de largo.

Empecé a callejear hasta que di accidentalmente con la Grand Place. Un lugar muy bonito. ¡Y dónde finalmente veía un cajero! Saqué cien euros ya que no sabía cuando volvería a encontrar otro. Aproveché a desayunar estilo belga. Gofre y cerveza. No hay nada mejor. La imagen de mi comida y mi bebida me habían dejado paralizado por unos instantes. El simbolismo de la vida y la muerte. Eran las 8 menos cuarto. Salí de la Plaza por la derecha hasta derivar en la Place Saint Jean. No había nada fuera de lo común salvo varios negocios de comida. Había una cuesta muy empinada que empecé a subir. Buscaba la Gar Centrale para indagar sobre mi futuro viaje a Brujas y el Gran Palais en la cima. Fue a partir de aquí que empecé a notar cosas extrañas.

Le pregunté a un policía cómo llegar a la estación de trenes. Me resultó raro verlo con un perro en plena plaza. El policía me informó bien cómo llegar. Y al final me gritó algo en francés que no llegué a discrepar del todo. Me sonaba como "Ten mucho cuidado".  Tras comprobar que efectivamente podía comprar mi billete a Brujas, volví a salir y subí hasta llegar cerca de la cima. Por algún motivo, giré a la derecha en lugar de seguir subiendo. Error. Mi desvío por la Calle Emperateur me hizo dar una vuelta en "U" sin sentido. Acababa en la Plaza Royale que antecedía el Palacio. Habían muchos museos. Me llamaba la atención sólo el de Magritte. Pero estaba cerrado. Aquí es donde mi instinto periodístico tuvo que haberse activado. No por la primera patrulla que veía con la sirena activada y acelerando a máxima velocidad. Sino por las siete patrullas que estaban aparcadas frente al Palacio. La Rue de Palais estaba acordonada y no se podía pasar. Habían varios tipos de controladores que sólo recuerdo por colores. Policías de traje fluorescente verde, policías de traje azul, militares camuflagiados con boina roja y hasta en el parque lindante donde veía controladores de morado indicando donde se podía ir y donde no. Y lo que más me llamaba la atención en aquel instante era un cuervo que veía en el parque y que andaba cerca de mí. Son, sobre todo, los clásicos anunciantes simbólicos de la Muerte. Pero a mí sólo me parecía bonito.

Creo que estaba imbécil esa mañana. O a lo mejor borracho. Que en mi desvío incoherente por los Emperateurs/Kaisers me bebí dos cervezas más. Enfatizo que las cervezas belgas son en su mayor parte Ales o de alta fermentación (que se fermentan más de una vez). Contrario a las cervezas comunes o Lagers de baja fermentación (que sólo se fermentan una). Lo que implica que la Ale tiene un mayor grado alcohólico. Las cervezas belgas suelen rondar entre los 6-12º. Por lo que beberme tres en tan corto espacio de tiempo me tenían ya contentillo. Quizá es lo que más me gusta del alcohol. Ese sentimiento de indiferencia jovial. Y quiero creer que era el motivo por lo que no lo veía.

Las pistas seguían apareciendo. Cuando salí del parque crucé a la izquierda hasta llegar a la Rue de Loi. Estaba cansado de caminar y la parada de metro que veía me daba esperanza. Era la estación de Arts-Loi... y estaba cerrada. Eran cerca de las 10 ya. El Caos parecía cada vez más evidente. Veía militares por todos lados. Habían controladores de tráfico con trajes fluorescentes rojos. Un belga, con la misma ignorancia que yo, preguntó a un controlador de tráfico por qué habían cerrado el metro. Concentrado en su trabajo, el controlador sólo dijo que buscara otro medio de transportación. Patrullas y ambulancias pasaban cada dos segundos con sirenas y a toda velocidad. Como la primera que veía en la Place Royale. Finalmente me entró en la cabeza que algo malo había sucedido. Necesitaba comer algo igualmente. Pese a mi borrachera moderada, no tenía energías para volver a casa andando como iba. Me detuve en un café en la encrucijada entre la Rue de Loi y la Avenue des Arts. Me pedí un bocadillo Carlos Quinto y una cerveza Hoegardeen. Tenía dos paradas cerca de donde me encontraba. Maelbeek y Schumann. Ni siquiera intenté ir en esta dirección. Pues me percaté que si seguía por la Avenida, tenía ocho más que iban en la misma dirección que mi hotel.

En este punto ya estaba curioso. Me compré el periódico Le Monde y lo hojeé rápidamente. No había ninguna noticia relevante o aplicable a lo que presenciaba. Eso quería decir que había ocurrido hoy. Mientras bajaba por la calle, empecé a ver todas las paradas de metro cerradas. Y todas con el mismo comentario en el encabezado digital de la boca: "Debido a los eventos ocurridos hoy, se corta la linea de transporte general". En aquel momento también me daba cuenta que no habían buses o tranvías. Y las patrullas y las ambulancias seguían pasando. Una detrás de otra. Pase por una tienda de alimentación y me compré una cerveza Maredsous Triple. Me la llevé al parque de la par y me la bebí tranquilamente en un banco a la luz del sol y frente a un pequeño castillo que agradaba la vista. Vi mi teléfono y tenía una llamada perdida de mi tía. Tengo que señalar que no tenía cobertura, roaming, Internet o whatsapp salvo que se tratara del WIFI del hotel. Mi tía me había avisado unos días antes que no fuera a Bélgica por un terrorista que estaban persiguiendo o algo parecido. A nivel subconsciente, también quiero creer que fue la razón por la que no me lo tomé en serio. Asumía en un nivel que era eso y nada más. Pero que me haya llamado ya no me suponía que algo malo había pasado... más bien que algo muy malo había pasado.

Me encontré con unos militares más abajo. Iban con prisa pero les pregunté igual. Tan sólo me respondió uno de ellos. Y me dijo solamente "Les Atentats". ¿Atentados? Lo primero que me vino a la cabeza no fue "¡La noticia del siglo!" sino "¿Cuánta gente estará preocupada por mí?" Por fortuna, me quedaba poco trayecto ya. Aligeré el paso y llegué al hotel. Me conecté a Internet y justo me llamó mi amigo Alejandro. Me lo explicó todo en detalle. Tres bombas. Dos en el Aeropuerto y una en la estación de metro. Encendí la televisión y estaba en todas las cadenas. Le mandé mensajes a todos mis amigos y familiares indicando que estaba bien. Descansé un poco y volví a salir. 

Cero años Después del Terrorismo 
(OO D.T.)

Ahora sí me fastidiaba no haberlo cubierto. Hasta acordarme que era un anacronista. No me importaba tanto el tiempo como el desarrollo de los simbolismos. Aparte que ahora estaba más documentado después de verlo en distintas cadenas e Internet. Eran las 3 de la tarde. Y decidí hacer el mismo recorrido. Aunque, esta vez, intentando cubrirlo de la mejor manera posible. Fotos, entrevistas y lo que haga falta. Sin embargo, tenía dos problemas. En primer lugar, la noticia ya había salido. No sólo me costaría encontrar algo nuevo, pero tendría que competir con la horda de periodistas en Bruselas que estaban detrás de lo mismo. En segundo lugar, me percaté que no había cambiado nada. La gente seguía viviendo como si nada hubiese ocurrido. Lo empecé a notar cuando subía por Stalingrad nuevamente. La mayor parte de los sitios estaban abiertos. Alguno que otro había cerrado. En la calle había gente. No tenía mucha base de comparación para justificar mi hipótesis, pero podía intuir con sólo verlos que era su rutina de cada día. Y ni este evento ni el propio Apocalipsis cambiaría ese hábito. Al llegar a la esquina, entré en el bar al final de la calle donde había presenciado por primera vez los carteles de mis cervezas. Seguiría bebiendo. Podría dar mil justificaciones de por qué. No quería que me alcanzara la resaca, estaba más lúcido, de vacaciones, con nervios, por gula, alcoholismo, etc. A decir verdad, ni siquiera lo sé. En cualquier caso, andar me bajaba la borrachera. Y andaba mucho. Entré y me senté en la mesa central. Decidí hacer mi primera entrevista de manera casual. Y traducida del francés, la conversación fue más o menos así:

-¿Qué desea, Señor?- me preguntó el Camarero quien también parecía ser el dueño del bar.

-La Chouffe- dije con seriedad-. Me alegra que estéis abiertos.

-¿Por?

-Por los Atentados.

-Tengo que comer, ¿no?

 -Está claro. Y nosotros beber.  Por eso me alegra.

-¿Pinta?

-Por favor.

Me resultaba muy seco. Incluso con la obvia picardía detrás de nuestros comentarios. Pero me llamó la atención lo que dijo. Y no me refiero a la relación simbiótica entre Camarero y Borracho. Más bien la frase "Tengo que comer, ¿no?" Es cierto. Tenemos que trabajar para poder comer. Y ningún atentado puede cambiar eso. Sé que un terrorista suicida no lo hace por comer. ¿Pero lo hará porque es su trabajo? La gente del bar parecía toda despreocupada. Se reían y bebían como si nada importaba. Como si nada hubiese pasado. Y no en el sentido de emborracharse para olvidar las penas. Era gente normal. Indiferente. Tan sólo discrepaba una mesa seria. Cuatro mujeres. Dos de ellas de espaldas hacia mí. Una de las dos consolaba a la otra con cariño en la espalda. En un momento la abrazó y cruzamos miradas. La suya era una de penuria y angustia. Las chicas se fueron al poco tiempo. Decidí perseguirlas. La mirada de esa mujer me cautivó. Y era la que consolaba. Me imagino qué me diría la otra. Me bebí la cerveza rápido, pagué y salí. Me sacaron mucha ventaja pero di con ellas en una intersección donde la policía estaba presente.


Todas parecían llevar el mismo abrigo. Azul, marrón, gris y rojo. Las escuché hablar y eran españolas. Le pregunté qué opinaban sobre lo que había pasado. Se quedaron calladas las cuatro. Les dije que era un periodista. Y finalmente la que estaba siendo reconfortada y quien creía que me daría más información me dijo, "Francia 2.0". Y ya está. Frases hechas. El policía que me encontraba en la esquina me respondió algo similar cuando le pregunté cómo iba la cosa. "Hacemos lo que podemos contra los terroristas". Y punto. Intuía que la gente me respondería siempre los mismo. Fuera quien fuera. De manera cortante. Y si era un periodista, incluso con micrófono y cámara, me soltarían frases hechas como las que había oído. Pero me hizo pensar en cómo redirigir la historia. Quería saber en qué medida los atentados habían afectado a la gente. Mi anacrónica sería más sociológica que periodística en dicho caso. Partiendo de la base del Camarero belga y las chicas españolas. Puede que los belgas sean más fríos y los españoles más apasionados. Tiene su virtud y defecto por ambas partes. Los primeros pueden seguir su día a día sin que les afecte nada pero no se involucran lo suficiente. Y los españoles les afectan las cosas demasiado y lo demuestran más. Pero los vuelve tendientes a exagerar. 

El ejemplo perfecto vino del telediario 24 horas español que había visto antes de salir. En ella salían muchos españoles viviendo en Bélgica. Todos de ellos en casa y hablando a través de Skype. Decían que se les impedía salir a la calle o ir a trabajar. Que había una situación de alerta, ley marcial, calles desiertas, etc. Esto es MENTIRA. En mi hotel no me dijeron absolutamente nada y comenté en recepción el tema de los Atentados antes de salir. Y en ningún momento un policía o militar de la calle me dijo que me fuera a casa. Podía pasar por algunos sitios que estaban acordonados. No sólo yo. Pero cualquiera. Y podía tomarle fotos a lo que quería sin que me dijeran nada. Había gente en la calle. Los negocios parecían estar abiertos en su mayor parte. Los museos sí cerraban. Como el Brussels City Museum cuando llegaba a la Grand Place. Pero esto último tiene más sentido. Del punto de vista del terrorista, creo que si quieres realmente destruir un lugar, no explosionas un aeropuerto o una estación de metro. Explosionas un museo. Lo primero es cuerpo. Lo segundo es alma. El legado. Y si te cargas el legado, te cargas la inmortalidad del país.


Llegué a la Plaza Saint Jean y aproveché a comer algo rápido. Entre a un restaurante árabe fusión de hamburguesas, kebabs, perritos, etc. Pedí un foccacia de salchicha alemana y una cerveza Chimay Azul. La clientela era toda árabe y había sitio abajo para sentarse. Lo que me pareció curioso de esta parte de la historia es que me mandaron arriba. Un lugar muy amplio pero donde no había absolutamente nadie. Más sorprendente era que las noticias sonaban en la segunda planta y música pop francesa en la primera. ¿Era esta la reacción árabe? ¿Estaban avergonzados del fundamentalismo terrorista que maculaba sus creencias islámicas? ¿Estaban en negación o represión por lo que había pasado? ¿O sencillamente les pasaba lo mismo que a mí antes? ¿Es que realmente te llaman la atención estas noticias cuando ya procedes de paises conflictivos como Iraq, Afganistán o Guatemala?


Salí del restaurante y me acerqué a la Gar Centrale. Estaba acordonada la zona. Aquí sí no dejaban pasar a nadie. Habían policías, militares, periodistas, viandantes curiosos, patrullas, furgonetas y camiones aparcados. Después de mis primeras entrevistas fracasadas, me percaté que los periodistas eran quienes mayor información me iban a dar. Y, debido a que no eran ya mis competidores, podrían enclarecer mi perspectiva sobre el asunto. Me acerqué a uno de ellos y le pregunté que si se sabía algo nuevo. Sólo me dijo que se creía que había un cuarto terrorista suelto aparte de los tres que se habían inmolado. Me separé de la pequeña muchedumbre (puesto que tampoco era excesiva) y continué por la cuesta empinada hasta la Place Royale (esta vez sin desviarme por Emperateur). Los museos estaban cerrados todos. Aunque ya podía transitar delante del Palacio. Había control pero era menor. Me detuve en una esquina con varios periodistas.

-Buenas tardes- le pregunté a un periodista en francés-. ¿Se sabe algo nuevo?

-Nada- me respondió el periodista a quien se le notaba cansado de estar ahí-. Esperando declaraciones.

-¿De quién?

-Pues, a estas alturas, de quien sea.



Creo que estaban igual que yo. O peor. Y hartos de no encontrar nada. Odio el periodismo de declaraciones. En la analogía de la jungla, es lo equivalente a la carroña. Yo también era un carroñero. Pero también soy el Forense de Dioses. A diferencia de los demás periodistas ahí, yo al menos intentaba unir las piezas de mi Frankenstein.


 
Continué andando hasta la estación de Arts-Loi. No me había percatado hasta en ese momento que la estación de la par era la estación donde había sucedido el atentado del metro. Y yo me tomé una cerveza y un bocadillo ahí. ¡A la par! ¡Y tan sólo unos minutos después! Crucé la calle y me acerqué a la estación acordonada de Maelbeek.

-¿Se sabe algo nuevo?- volví a preguntar a un fotoperiodistas de ahí.

-Nada- me respondió-. Esperando la próxima foto. ¿Qué sabes hasta ahora?

-Lo que sabe todo el mundo... supongo.

-Poco más puedo decirte entonces.

-Una pregunta si tenía: ¿Hacia adónde iba el tren cuando estalló la bomba?

-Pues hacia la parada que ves ahí. Arts-Loi.

-Vaya... gracias.



La estación donde iba a a entrar... me volví por la Avenida y me dirigí al hotel. La unión de la carroña periodística, las casualidades del destino y las reacciones de la gente me dejaban reflexivo. Y fue un hecho banal lo que me dio la pieza que me faltaba para cerrar mi anacrónica. Dos mujeres belgas que hablaban detrás de mí. Charlaban de cosas cotidianas. Aunque fue aquello que me encarriló al tren de pensamiento que quería llegar. Cometaban primero los Atentados. Y luego de hacerse las uñas en un sitio. Lo que resultaba impactante para mí de la conversación es que el tono de los Atentados y las uñas era exactamente el mismo. Como si se tratara de una conversación cotidiana cualquiera.  Lo peor de todo, es que lo entendía...



Pese a que estas dos imágenes son de broma, creo que explicarán mejor mi punto que cualquier imagen seria. En mis escritos, siempre definí la maldad pura como la indiferencia. La frialdad en lo que respecta el mundo que nos rodea y los demás seres humanos. Y no sentir absolutamente nada a la hora de herir a alguien. Me recuerda a la conversación de la película Seven. Cuando Morgan Freeman le explica a Brad Pitt que, en la prevención de las violaciones, se les enseña a las mujeres a gritar "¡Fuego!" en lugar de "¡Ayuda!" Porque la gente responde al fuego pero no responde a llamadas de auxilio. ¿Y si no se trata de una cualidad belga, española, árabe o guatemalteca? ¿Y si es una cualidad inherentemente humana que tarde o temprano nos consume? A nivel personal, me estaba pasando con el alcohol. Contrario a la noción popular, la razón no es algo divino o un milagro de la ciencia. Es un mecanismo de defensa. Como lo es la fe y toda esa dialéctica absurda que hubo en la Edad Media. Y a mí el alcohol me empezó a jugar pasadas extrañas en los últimos meses. Puesto que antes me hacía olvidar momentos embarazosos. Pero, recientemente, me hace olvidar mis maldades. Para protegerme de la culpa y el arrepentimiento. Y me enteré hace poco. Por lo que a lo mejor he estado cometiendo maldades durante un tiempo y mi mente no me lo hace saber...

Cuando llegué al hotel encendí la televisión y había un telediario hablando de los tres terroristas confimados. Mientras veía imágenes de ellos en el aeropuerto, retratos robot y fotos, lo primero que me vino a la cabeza no fue "¡Hijos de puta!", "¡A ISIS le tocará lo suyo!" o "¡Merecen todos morir por lo que hicieron!" Más bien pensé, "Pudo haber sido cualquiera de nosotros". Llevaba bebiendo todo el día... ¿era yo el cuarto terrorista?

Gran parte de la sociología humana depende de tres cosas. La perspectiva, la dialéctica y la dimensión espacio-tiempo. ¿Qué pasaría si los atentados me afectaban de una manera más directa? ¿Si por no encontrar bus, metro y negarme al taxi en el aeropuerto, me hubiese esperado hasta la mañana siguiente cuando estallaron las bombas? ¿Y de haber sacado dinero en el Parlamento o la siguiente mañana, acceder al metro desde Lemmonier? ¿O por no desviarme por la calle Emperateur y beberme esas cervezas, habría llegado a la estación de Arts-Loi? ¿Y si hubiese interactuado con gente que lo vivió en carne propia? Quizá puede que sea más simple que eso. ¿Qué tal si al principio de mi día en la Grand Place cruzaba a la izquierda en lugar de la derecha? ¿Qué en lugar de ser de día, fuera de noche? A lo mejor me hubiese encontrado con esto: