viernes, 13 de abril de 2012

TOLEDO A PUERTA CERRADA


Hércules es hijo de Zeus y Alcmena. Un semidiós que tuvo que luchar desde el nacimiento. Literalmente. Ya que estranguló a dos serpientes en su cuna. Enviadas por su madrastra Hera quien despreciaba todas las infidelidades de Zeus y sus frutos. En la obra de las Traquinias de Sófocles, Hera le provoca locura y Hércules mata a su esposa y sus dos hijos. Para redimirse, se le deparan los famosos Doce Trabajos encargadas por su primo y némesis, Euristeo: 1) matar al león de Nemea, 2) vencer a la Hidra de Lerna, 3) capturar al Ciervo de Cerinia, 4) cazar el Jabalí de Erimanto, 5) lavar los Establos de Augías en un día, 6) acabar con las Aves de Estínfalo, 7) someter al Toro de Creta, 8) domar los caballos de Diómedes, 9) conseguir las manzanas de las Hespérides, 10) robar el ganado de Gerión, 11) adquirir el cinturón de Hipólita y 12) traer del Hades al perro tricéfalo, Cerbero. Es la parte de la historia que conoce mucha gente. Pero lo que poco se sabe es que Hércules pasó por Toledo. ¿Habrá dejado rastro de sí mismo? Es lo que me dispondría a averiguar. Aunque no me esperaba destruir la ciudad en el proceso… otra vez.


Soy el Rey Rodrigo y me encuentro en la Plaza Elíptica de Madrid con destino a Toledo. Una estación muy curiosa, debo decir. Me enviaron aquí desde Méndez Álvaro donde recordaba haber tomado un autobús en mi visita previa. Como el mismo nombre indica, la estación tiene un formato elíptico rodeado por varias ventanas y puertas de cristal. Estas últimas son automáticas y se despliegan lateralmente mediante un sensor de movimiento. Lo extraño es que sólo se abren desde fuera. Para salir, se utiliza la puerta de emergencia. Me urge fumar y no es permitido dentro del Gran Elipse de Cristal. Enciendo mi cilindro y circulo por el aparcamiento subterráneo. Las puertas de cristal se abren ante el Rey Rodrigo, mas no se le permite entrar. Está fumando. Exhalando lo prohibido.

-¡Eh, tú!- me grita un vigilante-. ¿Qué haces ahí?

-¿No puedo estar aquí?- pregunto con indiferencia.

-Entra por esa puerta- responde señalándome una de los accesos movedizos.

Apago el cigarro y me dirijo a la puerta que me señala. Pero la puerta ya no se abre. Ante esto, me indica que tengo que volver a "entrar por la salida". Una ironía que no me atrevo a discutir. Y entro sólo para volver a salir rumbo a Toledo media hora después.

El viaje en bus es muy corto. Y en la hora y media que tardo en llegar, sólo reparo sobre un hecho. La persona a la par mía lee un libro sobre dinero. No de economía o la bolsa. El DINERO, sin más. ¿Quién es esta persona y qué es lo que busca en Toledo? ¿Buscará el mismo tesoro? ¿Aquel que yo, el Rey Rodrigo, pensaba encontrar en aquel Palacio Encantado? Veinticuatro candados. Una espada. Fue lo que tomó saciar mi curiosidad. ¿Cuántas puertas tendría que abrir para llegar al sentido? De momento, sólo se me abrían para salir.

-Nunca nadie osará penetrar en mi recinto- dijo Hércules en un comunicado a los siete magos herméticos.

La noticia del tabú pasó a los oídos del siguiente monarca. Y a los del siguiente. Y a los del siguiente. Hasta que alcanzó los míos. Los que no escucharon. La Cueva de Hércules y sus veinticuatro puertas cerradas por el mismo semidiós en un Palacio Encantado.

Llego a la estación de autobuses para montarme en otro. No quiero perder el tiempo. Desde que piso el suelo toledano, me invade la curiosidad. ¿Dónde está el Palacio Encantado? ¿Fue Hércules realmente un arquitecto? En la Plaza Zocodover encuentro mi primera fuente. La Casa de Mapas de Toledo o Centro de Información Turística. Hay dos personas delante de mí, por lo que decido rebuscar entre los panfletos informativos de Toledo y sus costumbres. El único que llama mi atención es uno sobre el ocultismo nocturno de la ciudad. Lo leo de reojo y me llama la chica de información. Le cuento mi objetivo en la ciudad mas no parece que tiene mucha idea. Creo que cuando alguien presta un mal servicio es por ignorancia y la vanidad de no admitirlo. En este caso, se aplica a la perfección ya que el señor al que atendía anteriormente le dijo cada detalle y cada esquina de la dirección que buscaba. En cambio a mí, me manda a documentarme a la Sala Castilla la Mancha  (un apartado de la biblioteca) situado en el Alcázar. Me indica que cierran en diez minutos y debo encontrar la información en ese margen de tiempo. Obedezco como si no tuviera otro plan. Pero no encuentro nada que ya sabía. Me queda claro que Hera trabaja en la Oficina de Turismo de Toledo. Poco podía sacar…

Regreso a la Plaza Zocodover y me hospedo en el Hostal Maravilla a la par de la misma. Anteriormente, me había documentado sobre posibles lugares que podía investigar. El primero que visito está en la Calle San Ginés Nº 3. Según dos fuentes en Internet, la Cueva de Hércules se encuentra aquí. Descubro en mi mapa que no queda muy lejos de la Plaza Zocodover. Aunque tampoco me molestaría callejear por Toledo y su aroma medieval. Por desgracia, lo que encuentro es un andamio de una construcción y un cartel con las palabras: GEOCISA. Programa del Patrimonio Arqueológico. Cuevas de Hércules. Consorcio de Toledo. Y luego en la puerta: Prohibido el paso a toda persona ajena a la obra.




No me lo puedo creer. Y me niego a aceptarlo. Empiezo a buscar simbolismos en los alrededores. Pero siento que todo es en vano. Incluso cuento las puertas desde el pie de la calle hasta un callejón en “L” que se forma cuesta arriba. Catorce. Contando la puerta prohibida de las Cuevas. Ya no sé qué más hacer... hasta que recuerdo el panfleto del ocultismo, “Paseos Nocturnos por el Toledo Mágico”.  Me siento al pie de las escaleras que conducen a unas puertas adyacentes al andamio. Llamo al teléfono y me contesta un hombre. Voy al grano. Las Cuevas de San Miguel; un artículo sobre el cual me había documentado previamente. Aunque me valdría con el nombre de la calle, por lo visto se necesitaba un guía o un contacto para entrar. Decido apuntarme a la visita de esa noche. Quedo a las diez de la noche en un bar irlandés a la par de la Plaza Zocodover. Puesto que todavía tenía tiempo para matar, decido andar hacia el Cerro del Bu. Lugar donde también se teoriza la existencia del Palacio Encantado. 

Bajo por el Paseo de Cabestreros cuesta abajo con el río Tajo a siniestra hasta llegar a los llamados “rodaderos”.  Lo que encuentro son las ruinas de unos baños antiguos musulmanes de Tenerías. Un viaje largo con pocos resultados.  Encuentro simbolismos mas ninguno relevante para mi anacrónica sobre la Cueva de Hércules. Caracoles blancos y restos de plumas que daban indicios de una paloma emboscada por los gatos numerosos que bosquejaban a mis alrededores. No le encuentro ningún sentido. Incluso intentando asociarlo a lo más parecido: el Sexto Trabajo de Hércules y las Aves de Estínfalo. No obstante, me entero de dos cosas: el Cerro del Bu se encuentra al otro lado del río y su acceso vía el Puente Romano que localizo cuesta arriba en el retorno. Decido postergarlo para el siguiente día y ahorrar energías para el Paseo Nocturno. Regreso al hostal entrando a Zocodover por la calle Miguel de Cervantes. El cansancio me abate todos los miembros. Y el escritor se ríe de mí cuando entro. Pero logro recuperarme durante las siguientes horas.

Son las nueve y cuarenta y cinco y entro al pub irlandés. Me indica el camarero que la O.T.O. (Orden del Toledo Oculto)  que organiza el Paseo, se halla en la segunda planta. Subo y me encuentro con dos guías vestidos completamente de negro. Me dan sus nombres: Gonzalo Rodríguez y Julio César Pantoja. El  Zar y el César. Regentes como yo. En su manera. Pero contrario a mí, son protectores de Toledo. Esta presentación unida a los nombres en la lista de reservaciones, me obligan a dar el mío.

-¿Rodrigo?- pregunta el César con una media sonrisa-. ¿Igual que el Cid?

Asiento con la cabeza para disimular mi verdadera identidad. Después de todo, soy el Rey Rodrigo y ya he destruido Toledo una vez. Como periodista no podía alentar venganzas antes de recibir información. Desciendo a la primera planta a canjear la consumición gratuita que se me obsequia. Pido una pinta irlandesa rubia. En ese tiempo no conocía la Domus Áurea. La mejor cerveza artesanal de Toledo en mi opinión. Indian Pale Ale (IPA) con un aroma y sabor pintoresco y afrutado. Qué lástima. Al menos cualquier cerveza es buena para esperar.

Había mucha gente apuntada. Me percaté cuando nos congregamos todos fuera del bar. Al menos treinta personas. Desde un principio, decido pegarme a mis guías soberanos lo más posible. En camino al primer punto del Paseo, interrogo al César. Indago sobre el Cerro del Bu y la Calle de San Ginés. Me confirma todas las versiones. Incluso una nueva que tomaba lugar en un pueblo fuera de Toledo. Pero ninguna versión certera. Vuelven a mis oídos la entrada secreta vía el Cerro del Bu. Lo apunto como objetivo primario para mañana. Espero que no sea necesario y las Cuevas de San Miguel basten para devolverme mi Palacio Encantado.

Tras varias referencias ocultistas y curiosidades interesantes de Toledo, llego finalmente a mi destino. Las Cuevas de San Miguel se encuentran en la casa de unos pueblerinos. Nos guían a la entrada como si se tratara de una bodega de vinos. El César bromea sobre esto mismo mientras habla de psicofonías. Pasa la bayoneta al Zar quien habla de la famosa mesa de Salomón. Todo muy interesante. Pero estaba ansioso por escuchar la referencia a la Cueva de Hércules. Descendemos más. Enciendo mi grabadora. Espero capturar una psicofonía, una voz… algo. Me daba igual. Yo soy el Forense de Dioses. Cazo simbolismos. No me interesa la realidad o la ficción. Sólo el sentido. Sucede, entonces, al bajar a la cueva más profunda. El sentido posee al César y nos vocifera la historia que ya conocía:


*…Vino un héroe. Un semidiós llamado Hércules. Lo que hizo fue construir un gran subterráneo con sus propios brazos. Y a enseñar lo que él más conocía. La filosofía hermética. La alta magia que luego se conocerá como el arte toledano o ciencia toledana. En la parte superior de esta cueva, construyó un gran palacio presidido por una torre de oro macizo. Hércules sólo dejaba entrar a siete magos cada siete años. A nadie más. Hércules se marcha y deja un primer candado en la torre sagrada. Y un tabú: Nunca nadie osará entrar en mi recinto sagrado. Si hacéis esto, seréis por siempre y para siempre prósperos. Pasa el tiempo y todos los monarcas añaden un candado a la torre sagrada. Candado, símbolo de la protección y la inviolabilidad de los secretos que alberga la Cueva. Toledo se convierte en la capital de un reino. Parece que la gente es próspera. Todos los gobernantes y monarcas respetan el tabú de Hércules. Todos… menos uno: El Rey Rodrigo. Sabido el conocimiento y los tesoros, irá con su gran ejército a la torre encantada. Desvainará su espada y con la empuñadura empezará a romper todos los candados hasta un total de veinticinco. Penetra en el Palacio Encantado y la Cueva de Hércules…*

(*Narración de Julio César Pantoja.
Cuevas de San Miguel en Toledo)

-¿Veinticinco?- pensé-. ¿No eran veinticuatro?

Sé que una anomalía en la historia implica una pista. Algo que pasé por alto. La única que tengo hasta ahora en el paseo nocturno. Puesto que todos mis intentos de grabar psicofonías han sido un fracaso, tendré que ir mañana al Cerro del Bu.

Cruzo el puente romano sobre las diez de la mañana. Hay mucha niebla. Tanta que Toledo parecía desaparecer por momentos. Soy el único que camina. La gente corre. Hace ejercicio. Como si se tratase de un rito al gran semidiós, Hércules. Otros hacen “puenting” o “bungee jumping” desde el Puente de la Degollada. Entre la Vida y la Muerte. Estoy consciente que entro a otra dimensión. Encuentro turistas del más allá. No saben orientarme a mi destino y parecen igual de perdidos que yo. Se me ocurre preguntar en un restaurante de las cercanías. Elegante pero desierto. No hay nadie comiendo. Sale el cocinero. Le pregunto sobre el Cerro del Bu. Me lo señala a través del cristal. Me dice que no hay nada que ver. Ignoro el comentario y me voy sin dar las gracias.

Ando por la acera. Desciendo por un camino hasta el Cerro. El cielo está despejado. La luz matutina ilumina Toledo. Siento que la suerte está de mi parte. Empiezo a subir. Me detengo en una gran concavidad a mitad de la cima. Como arqueólogo de mitos, empiezo a rebuscar entre las piedras. De pronto me vuelvo paleontólogo mitológico y descubro el fragmento de una mandíbula ficcionada entre los restos. Parecía hecho de madera. Pero había una muela incrustada en la base. ¿Real o Ficticio? Poco importaba. ¡Tenía el simbolismo! En mi mano sostenía la prueba de una de las bestias simbólicas a las que se había enfrentado Hércules. El Jabalí de Erimanto; su Cuarto Trabajo. Pero, ¿qué significaba?




Vuelvo a la ciudad por donde había entrado. Es la una de la tarde y tengo mucha hambre. Se me antoja un plato exótico. Lo encuentro en un menú pegado a un escaparate: Ciervo de los Montes Toledanos. Se me hacía agua la boca tan sólo con pronunciarlo. Viene incluido en el menú del día. Muy barato. Muy sabroso. Primer plato, segundo plato, postre y, por supuesto, vino. Salgo flotando de aquel lugar. Pero no dejo de perder de vista mi objetivo. En la misma calle del restaurante, se encuentra el Museo de Santa Cruz. Lo había visto previo a mi festín. Pero opté por la gula. Intento pedir el consejo de algún experto. Alguien que pueda indicarme que, en efecto, se trata del molar de un jabalí. Pero el museo estaba cerrando. El Dependiente, mayor y sabio en apariencia, me aconseja que vuelva mañana. Le digo que es mi último día y no puedo esperar más. Toma mi hallazgo en sus manos y responde con las peores palabras imaginables. Claramente disfrazadas en un comentario inocente.

-La mandíbula de un ciervo- me dice poco sorprendido-. ¿La has encontrado en los montes?

Asiento con la cabeza y no digo más. Me repite que vuelva otro día por si quería una segunda opinión. Pero sus palabras ya me habían golpeado con la epifanía del error. No era el Cuarto Trabajo de Hércules. Era el Tercero. El Ciervo de los Cuernos Dorados. ¡Y me lo he comido! ¡Me he comido el sentido! Cervantes vuelve a reírse de mí cuando entro a Zocodover. Pero la pista seguía viva en mí. Me siento más feliz, más valiente y más lúcido. ¿Será el sentido o el vino? Da igual. La respuesta es simple. El número 25. La Nueva Puerta. Repetir la historia.

Me dirijo a la Calle San Ginés a toda marcha. Es el momento. El Rey Rodrigo debe cruzar la puerta prohibida una vez más. Aquella cercada por el andamio. ¿Será el final de Toledo? La primera vez que desafié el tabú de Hércules, encontraba un cofre con un manto maldito. En el mismo se tallaban figuras cosidas que presagiaban la caída de Toledo a manos de los moros. Y así sucedió. Pero la curiosidad me mataba. Tengo que volver a intentarlo. Atravieso el andamio hasta la puerta. Desenvaino mi espada ante la cerradura y…

-¡Eh tú!- me grita un toledano desde atrás-. ¡Qué haces ahí!

Enlaces:

Orden de Toledo Oculto: http://www.paseostoledomagico.es/

2 comentarios:

  1. hi, i´m minipill (pildorita) i like very good this anachronical.....Toledo is one of the best cities of Spain (despite the Alcazar jajajaja) and only can put wet thinking in Hercules......
    Really you are a very very very good writer i´m proud of being your friend.......VAAAAAAAAMOOOOOOSSSSSSSSSSS

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