viernes, 27 de abril de 2012

EL ESCULTOR DE PLASTILINA

La plastilina o plastelina es un material compuesto de plástico, sales de calcio, vaselina y ácido esteárico. Suele venir en una variedad de colores y su uso es popular en edades infantiles. Particularmente por su maleabilidad para crear figuras de todo tipo. Se inventó en el año 1880 por Franz Kolb en Münich como sustituto a la arcilla. Pero su comercialización no empezó hasta 1889 con la marca Faber Castell. Alrededor de 1930, se creó una fórmula para limpiar el papel pintado en Cincinnati. Estaba compuesto de harina, agua, sal, ácido bórico y aceite mineral. Su uso como plastilina no llegó hasta los 50 con la marca Play Doh. En mi país, Guatemala, se le denomina Plasticina en razón de ser la marca de plastilina que la popularizó. Aparte del uso infantil, hay artistas que usan la plastilina en el arte. En mi experiencia personal, conocí un escultor hace mucho tiempo en un bar. La idea ya me parecía surrealista por sí sola. Pero, al final, me enteré que el Escultor de Plastilina realmente no era humano. 



Sucedió en La Coquette de Madrid Centro. Un bar de blues que destaca por su originalidad arquitectónica y musical. Se encuentra en una Cava subterránea en el estilo típico español. Apenas bajando las escaleras, hay una barra. Conecta a la derecha con la columna vertebral del bar en una cueva amplia con mesas y un escenario al fondo grafiteado para espectáculos en vivo (generalmente los martes, miércoles y jueves). Las paredes y la música dan ambiente al lugar en representación de grandes músicos como John Mayall, Billie Holiday, Howlin Wolf, Leadbelly, Buddy Guy, BB King, Eric Clapton, Muddy Waters, Bo Didley y Stevie Ray Vaughan entre muchos. Mas mi historia trascurre en la parte oculta del bar; avanzando hacia el escenario a la izquierda. Como si ese espacio estuviera reservado para fenómenos bizarros. Había quedado con mi amigo Jaime Sinatra (del mismo Bilbao); también conocido como mi “colega surrealista” ya que cada vez que salgo con él, acabo en una historia, o bien suceden a nuestro alrededor, fuera de un plano convencional de cordura statu quo. Y esta vez, se trataba de la historia más surrealista de todas.

Estábamos en la parte oculta del bar al fondo. Había una barra pequeña. Conectada también a la barra de la entrada donde podía visualizarse el otro lado y el corazón de la música que palpitaba. Bebíamos Southern Comfort. Un licor de Nueva Orleans fabricado con frutas, especias y whiskey. Sé que la versión comercial de ahora sólo es el condimento del whiskey y tampoco clasifica como un bourbon por agregarse azúcar después de la destilación. Esto lo vuelve en un alcohol místico y peligroso. Era conocida como la bebida favorita de Janis Joplin. Y una de las mías también. Desde esa vez, bebía exclusivamente Southern Comfort en La Coquette. Sólo éramos tres en aquel momento. Jaime y yo más una tercera figura misteriosa en el bar. Era un hombre delgado, de tez morena, pelo oscuro alternado con canas y atado en una coleta. Empecé a contarle a Jaime que había sitios en Guatemala, concretamente la región de Zacapa, donde la gente tenía pistolas como si fueran teléfonos celulares o móviles. Igual que un Western de Sergio Leone. Quizá exageraba un poco, pero el Hombre Misterioso se vio intrigado por mi historia. Me sonreía mientras la relataba con lo cual me sentí obligado a contársela a él también. El hombre se dirigió a Jaime para corroborar mi relato por su cara de incrédulo. Incorporándose a la conversación sin ser invitado y tomando parte como si llevara en ella toda la vida. Nos comentó que era común en América. Lo dijo poco sorprendido. Como que ya había estado ahí. Dentro del mismo tema y apartándose drásticamente del mismo, nos contó su primera teoría.

Decía que ni los españoles ni los vikingos fueron los primeros en colonizar América. Se trataba de los japoneses que se asentaron en Perú y les dieron los rasgos achinados respectivos. Lo mismo con Norteamérica y las razas mongólicas que cruzaron el estrecho de Bering. Jaime y yo nos miramos como si no entendíamos a que venía el comentario. Mas pronto continuó con la segunda teoría. Las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial eran la causa del calentamiento global. Una especie de efecto mariposa en el tiempo que también daba lugar a todos los desastres naturales que han ocurrido en esa zona. Tenía sentido. Lo recordaba por el efecto que tuvo el meteoro que extinguió a los dinosaurios. Un calentamiento gradual a través de la Tierra. No recuerdo toda la conversación (reitero que estaba bebiendo Southern Comfort), pero lo que no se me olvida es que el Hombre Misterioso justificaba sus teorías. Minuciosamente. Con ciencia. Y nada sobrenatural. En este punto en la conversación, me dio curiosidad preguntarle a qué se dedicaba con cierta ironía.

-¿Pero quién eres?- le dije-. ¿El Embajador de Japón?

-Soy escultor- me respondió.

-¿De qué?- insistí.

Se metió las manos en los bolsillos y sacó un paquete de plastilina.

-¿En serio?- le pregunté incrédulo.

-Sí- respondió con seriedad-. Es más. Si queréis os esculpo a los dos ahora mismo.

Jaime y yo nos miramos con cara de “no me lo puedo creer”. Ni siquiera recuerdo habérselo confirmado. Pero empezaba ya su labor peculiar a los pocos segundos. Colocó la plastilina sobre la barra y sacó un cuchillo pequeño. Una especie de bisturí minúsculo para cortar la plastilina con precisión. También alguno que otro accesorio metálico para darle contorno a la escultura. Estábamos hipnotizados por sus manos laboriosas. Quizás un poco por narcisismo también. Pero desde su perspectiva era como si no había pasado nada. Seguía contando sus teorías. Y lo curioso es que entraba en el tema religioso de repente. Siempre desde una perspectiva científica. Empezó a hablar de la estatua del Ángel Caído en el Parque del Retiro de Madrid. Según él, era el único tributo verdadero al Diablo en el mundo. Pensaba que lo decía por la escultura en sí misma o un comentario que hacía sencillamente como escultor. Mas lo decía porque estaba justo a 666 metros de altitud sobre el nivel del mar. Se pasó a hablar de Jesucristo. Aludió a la infancia desaparecida del Mesías en la Biblia y cómo había viajado por Oriente aprendiendo técnicas de curación para sanar heridas al simple tacto. Una práctica muy común en la zona. Lo mismo para transformar agua en vino. Utilizaba una base y un ácido disuelto en lo primero para dar lugar a lo segundo. Con todo esto, básicamente nos decía que no eran milagros. Lamento no haberle preguntado cómo Jesucristo caminaba sobre agua. Mi colega tenía sus propias dudas. Eso o estaba probando hasta que punto podía ingeniar una teoría. Sobre todo porque a estas alturas el personaje en cuestión ya había pronunciado en varias ocasiones, demasiadas para su gusto, la frase, “Yo tengo una teoría para eso”. 

-¿Y el Parchís, tío?- dijo Jaime con seriedad y cierto aire de sarcasmo-. ¿De dónde proviene? ¿Los colores, el formato y la propia idea? Date cuenta que es un juego muy caníbal. ¡Consiste en comer!

-Lo miraré- dijo el Escultor de Plastilina entre la reflexión y la indiferencia.

Alrededor de este tiempo, ya había terminado las esculturas. Bustos de nuestro retrato tal y como íbamos. Durante la conversación y las teorías herejes que nos contaba, nos miraba fijamente en ocasiones o nos pedía girarnos para sacar algún detalle del vestuario. Jaime llevaba un sombrero. De hecho siempre lo lleva. También un chaleco color “Camel”. Ambas cosas las hizo exactamente igual. Las esculturas parecían más una caricatura. Pero hechas a perfección. Yo llevaba una camiseta negra de Ripcurl. Me hizo el logo en la parte de adelante y atrás. Luego de mostrarnos los bustos en primera instancia,  incorporó artilugios simbólicos. En el caso de Jaime, una bufanda del Athletic de Bilbao y un cigarro en la mano. En mi caso, un cráneo. Me la entregó al poco tiempo de acabarla.

-¿Igual que Hamlet?- le pregunté sonriendo.

-Espera, espera- reflexionó quitándome la escultura de las manos.

Ajustó el brazo izquierdo con gran velocidad y destreza. Sin romperlo. Colocaba mi mano de plastilina sobre la barbilla para denotar un sentido de duda. Me volvió a entregar la escultura y me dijo:

-¿Ser o no ser?

Me empecé a reír. Me estaba riendo todo el tiempo. Razón por la cual creo que me esculpió una sonrisa tan recia. Pero muy perfeccionista con su obra, el Escultor de Plastilina me sugirió buscar algún alfiler para meterlo en un pequeño agujero del cráneo a modo de clavo. Nuestras esculturas habían llamado la atención de más borrachos de los alrededores. Le pedían que los esculpiera semejantemente. Pero se negaba. Poco después, volvió al tema de los milagros científicos de Jesucristo. Quizá el más impresionante. ¡La resurrección en ciencia! Nos contó que al morir, el cerebro bombardea el cuerpo con endorfinas para darnos un fallecimiento placentero. En el caso de Jesucristo, nos dijo primero que no había sido clavado a la cruz. Sino atado. Puntualizaba este hecho por el estiramiento. Aquel que provocaba que los pulmones se comprimieran del todo. Cuando lo bajaron de la cruz y se le sepultó en la cueva, sus pulmones empezaban a expandirse poco a poco. Tres días para ser exactos. Hasta provocar un último suspiro. Uno que incitaba automáticamente el bombardeo de endorfinas. Acumuladas en este caso durante días. Ergo, resucitándolo. Recuerdo que Jaime se fue a la mitad de la conversación. Me comentó que se sentía mareado. Me llamó poco tiempo después de acabar la historia.

-Te espero fuera- me dijo Jaime al aparato-. Sube mi escultura.

Colgué y me despedí del personaje misterioso. Las esculturas estaban apoyadas en la barra; clavadas en palillos de dientes que había conseguido antes con cierta dificultad. Me las entregó y dijo:

-Escribe sobre mí.

Escuchando estas palabras, pensaba “Ya lo he hecho”. Mi libro de relatos titulado “El Diario de Luzbel”. Ahora con la anacrónica, pienso “¿Estará confirmada la fuente?” Salí del bar y le entregué a Jaime su escultura. Caminamos borrachos hacia la Puerta del Sol. Sin hablar. Riéndonos. Sosteniendo el palillo con el busto de nuestro retrato en plastilina. Con sumo cuidado, frente a nuestro cuerpo más o menos a la altura del esternón. Como quien lleva un huevo en equilibrio y tiene miedo a que se caiga; observando cada uno alternativamente nuestro busto y la cara de los viandantes que se cruzaban a esas horas de la noche en nuestro camino que, probablemente, se encontraban en un estado etílico bastante peor que el nuestro. Hasta que finalmente le comenté:

-Nunca pensé que el Diablo sería un Escultor de Plastilina. 


Anacrónica vivida y escrita con la colaboración de Jaime Sinatra

Posdata: Agradecería que el autor de las esculturas y las teorías se pusiera en contacto conmigo para recibir los créditos merecidos. Si en cambio se trata del mismo Príncipe de las Tinieblas, que el poder de Cristo te someta que no pienso atravesar nueve círculos infernales sólo para confirmar una fuente.   

Enlaces:

Origen del Parchís: http://www.rosaspage.com/art/eparchis.html
Vídeo S. Arvey en la Coquette: http://www.youtube.com/watch?v=b22YGhYwTR4

    

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