viernes, 8 de junio de 2012

LAS NOCHES MÁS OSCURAS DE MARRAKECH II

PREMISA: Me hice camisetas con el color y símbolo de cada Cuerpo salvo los Blue Lanterns, las Star Sapphires, la Indigo Tribe y los White Lanterns. Para ser sincero, se me ocurrió la anacrónica después de hacerlas. Pero improvisé dos vestimentas en el viaje; una que unificaba las primeras tres en un invitado especial y una vestimenta coloquial que me acompañó desde el comienzo para el cuarto Cuerpo. Estuve en Marrakech siete días. A cada día corresponde una camiseta de un Cuerpo de Linternas en acorde a la primera emoción que sentía por la mañana. Luego emprendí en rutas turísticas determinadas intentando conservar y explotar la emoción que tocaba. Enfatizo que ninguna de las camisetas fue preseleccionada. Lo que sentía ese día, vestía. Eran meras pautas para condicionar mi dialéctica e interacción con la gente de una manera u otra. A nivel personal, era una búsqueda por encontrar mi emoción en el Espectro Emocional. Tenía seis camisetas y vestí la emoción ganadora en mi retorno el séptimo día. Ah… y otra cosa… como el mismo nombre implica, mis noches fueron demasiado oscuras para ser contadas. Con lo cual, la narraciones fueron de la aurora al crepúsculo.  Lo que hice por las noches, me lo llevo a la tumba… 

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MARTES: SUPERMARROQUÍ

Me sorprendo a mí mismo a veces. Las maldades de las que soy capaz. No siempre he sido así. Soy una buena persona. Desde niño. Creyente en los altos valores que a día de hoy se menosprecian.  Pero va unido a la frase en Batman: El Retorno del Caballero Oscuro. La película; no el comic. La parte donde Harvey Dent dice: “Mueres un héroe o vives lo suficiente para ver cómo te transformas en villano”. Es verdad. No creo que haya dejado de ser la buena persona que soy. Sencillamente uno sufre demasiado y acaba sucumbiendo a la indiferencia por sobrevivir. Y la indiferencia no es otra cosa que el mal.  Anoche lo confirmé…

Casi no he dormido. Me vino como un golpe al pecho aquello de lo que me escapaba. Aquella(s) de la(s) que me escapaba. A nivel individual y universal. Siempre la misma historia. Sueño a menudo con el mundo que hubiera tenido. Con la última, con la primera… aquellos amores perdidos. Donde colocas mal una carta y se derrumba el castillo de naipes. Tan perfecto y frágil a la vez… el amor. Ya de nada sirve. Sea correspondido o no. Un final Casablanca. Ella viajando hacia una dirección y yo en la dirección contraria. Ella con alguien y yo sin nadie. Mi destino es, por tanto, el desamor.

Me medico al poco tiempo. Escucho una voz en mi interior que me dice, “Todo va a estar bien… todo va a estar bien”. Pero me sigo atormentando a mí mismo. Todos los momentos desaprovechados. Empecé siendo un hombre normal. De los que busca la felicidad. Ahora no sólo creo que no pueda sucederle a alguien como yo, sino que declaro sinceramente que no existe dicho concepto. Es un ideal. Violado en la realidad. Vuelto corriente y obsoleto en cuanto se posee. Y en esa dialéctica infernal, sólo un ideal puede sobrevivir. La Esperanza. Me tomo otra pastilla y digo en voz alta, “Todo estará bien… todo estará bien”.

Mi remordimiento como villano me hizo ver que debía expresar mi naturaleza auténtica: la Bondad. Ser compasivo mas conservando el carácter fuerte que retoza en mi pecho. Esta combinación de emociones me hace recurrir al invitado especial: la camiseta de Superman. Su amor irrefutable por Lois Lane, la imagen de esperanza que da a Metrópolis y la compasión innata en sacrificarse por un mundo que ni siquiera es suyo. Son tales los atributos que la “S” más popular integra. La fusión Violeta, Azul e Índigo del Espectro Emocional. Lo pondría a prueba en mi expedición hacia los Jardines de la Menara.



Decido ir a pie. Ni siquiera por el incidente del taxista. Simplemente siento una gran esperanza en mi corazón. Cada vez que avanzo; cada paso que doy; siento que todo va a estar bien. Mi miedo a los marroquíes es prácticamente nulo. Me siento igual que ellos sin serlo. Después de todo, llevo una camiseta de Superman y dudo que me encuentre Kryptonianos musulmanes. Me siento contento. Pero, al poco tiempo, lamento no disponer de supervelocidad o vuelo. Especialmente porque el trayecto no es tan corto como me espero.

En el mapa parece relativamente cerca. Pero se trata de un trayecto de varios kilómetros. Sólo hago una parada en la ida. El Teatro Real de Marrakech. Desde fuera, presenta una arquitectura digna y admirable. Desde dentro, me entra una gran decepción. Abandonado y putrefacto. Me llama la atención un recorte de periódico que dice que las artes deben ser rescatadas. ¿Es esa mi misión como superhéroe? ¿Superman rescatando la cultura? Sin duda, la temática de la mayoría de mis anacrónicas. La pérdida de valores, la extinción de la virtud y el Apocalipsis… para generalizar. No obstante, esta vez no me siento repugnado por este simbolismo. Me da esperanza lo que voy a encontrar y lo que puedo hacer para enmendarlo.

Después de este pequeño desvío, me empeño en seguir hasta llegar a mi destino. Me pierdo varias veces. Noto la falta de compasión en los marroquíes a quienes pido orientación. Creo que me pierden a propósito. Uno incluso me recomienda que tome un taxi. Camino y camino. De un lado a otro. Me entero que debo seguir recto. Y no anticiparme en los cruces como estaba haciendo. El sol desértico brilla con mayor intensidad. No he comido ni he bebido nada. Pero mi paciencia sigue brillando dentro de mí diciendo, “Si amas algo, lo conseguirás… si ayudas a los demás, te ayudarán… todo estará bien”.

Y así es. Llego a mi destino. Fatigado pero con la moral alta. Hay camellos en la entrada. Un marroquí me invita a subir. También un taxista. No sé cuál de los dos apesta más. Me propongo comprar una chilaba para el calor. Soy demasiado blanco para estar en el desierto. Compro una botella de agua en el camino que conduce a mi objetivo. Hay árboles a respectivo lado. Como por arte de telepatía, me llega un vendedor con chilabas. Me pide trescientos dírhams. Regateo y regateo. No baja el precio. Le digo que vuelvo luego. En eso consiste el arte de regatear. Pero todavía no era consciente que estaba por enfrentarme a mis enemigos más despiadados.



Sigo andando hasta llegar a la Menara. La imagen me parece decepcionante según mis expectativas y el largo trayecto que había hecho. Consiste de un pabellón y una alberca. Me imaginaba las aguas azules y cristalinas. Como la foto de mi guía. En la realidad son marrones y oscuras. Por lo visto, el efecto-photoshop también se aplica a la arquitectura. El calor excesivo me hace buscar la sombra detrás de los escalones opuestos al pabellón. Que, por cierto, tampoco me conmueve en lo más mínimo. Bebo agua y descanso a la vista de numerosos olivos. Siempre los asocié con Atenea. Ergo, la Sabiduría. Contemplo el simbolismo apocalíptico. Está desierto el desierto de olivos. Sabiduría desertada. ¿Es que el sentido de mi vida sólo tiene que ver con señalar todo lo que se ha perdido? ¿Se puede tener esperanza en un bosque cuando inevitablemente se convertirá en desierto?

Me levanto y completo la vuelta hasta el pabellón. Cuesta diez dírhams la entrada. Decido pagarlo para que mi viaje tenga mayor sentido. Aparte de la chilaba que estoy dispuesto a comprar. Pago veinte y se quedan con el resto. Me dicen que no tienen cambio. Cada vez desconfío más de la fijación de precios en Marruecos. Se me pasa al poco tiempo cuando salgo frente a la alberca y me siento bajo una sombra más fresca. Empiezo a leer mi guía. Me entero que los servidores del Sultán solían lanzar a las amantes del gobernador a la alberca para deshacerse de ellas. Me hace reflexionar sobre el amor en general. Las parejas actuales. Cuántas infidelidades y mentiras. Escapadas y reconciliaciones. ¿Es eso amor de verdad? Si lo es, todo el mundo merece estar al fondo de aguas marrones y oscuras. Donde no veía reflejado el pabellón; pese a lo que indica mi guía con tanto optimismo. Lo peor es que cuando se busca el amor auténtico, pasa todo lo contrario. Una maldición representada en amores desaprovechados. Por no decir lo correcto cuando debe decirse. Por decirlo muy temprano. Muy tarde. Años después. El tiempo es el enemigo del amor. Y soy el dios del tiempo…

Mi momento de desamor misántropo se ve interrumpido por otro árabe. Me recomienda que suba al techo. Asiento pese a encontrarme refrescado bajo la sombra. Me pide mi ticket de la entrada. Le digo que no me lo dieron (omitiendo que encima me habían cobrado de más). El marroquí es mayor y amable. Me dice que no importa y me empieza a dar mucha información sobre Marrakech sin que se la pida. Parece que no busca un interés particular por nada. Su compasión pura me reconforta. Hasta que me saca la mano. Pidiendo propina, limosna o algo por la caridad de darme información que ya tengo en mi guía. Le doy dos dírhams negando con la cabeza. ¿En esto consiste el mundo? ¿Ser bondadoso a cambio de algún provecho personal? Ya consideraba la compasión humana como una virtud extinta. Mas ahora pienso, ¿habrá existido realmente?


Me vuelvo a encontrar con el mismo vendedor de la chilaba en la salida. Doomsday. Es insistente con los trescientos dírhams. Le da igual lo que le digo por regatear; que me iba, que ya no estaba interesado, que se lo compraba a otro a menor precio. “300, 300, 300”, me repite en francés. Otro vendedor cercano, Braniac, me pide lo mismo. Al final me rindo y le doy a Doomsday lo que me solicita. En el momento que el dinero toca su mano, otros dos vendedores salen de los bosques adyacentes como chachales: Bizarro y Lex Luthor. El primero quiere venderme una camiseta de “I Love Marruecos” al mismo precio. Por mi gran afición a ser turista, rechazo su oferta. Una y otra vez… una y otra vez. Tras deshacerme de éste, Brainiac dice ahora que me deja las chilabas a 250. Luthor me ofrece dos chilabas por 220. El que más juega conmigo. Mi némesis. Lástima que no vino antes. Aunque dudo que me hubiese ofrecido lo mismo. Descubro que regatear en Marruecos es un arte basado en la competencia. Un árabe no rebaja los precios al menos que le compres a otro. Por más o por menos, daba igual. Es carroña sobre carroña. Uno te muerde la pierna mientras que otro quiere quedarse con tu brazo. Y Luthor no me soltaba el brazo. Literalmente. Susurrándome los precios al oído. Una y otra vez… una y otra vez.


Visto la chilaba en el camino de vuelta. Salí del hotel como Superman y regreso como Clark Kent. Estilo árabe, al menos. La chilaba es blanca y el material al tacto remite a una sensación entre seda y algodón. No dispone de capucha y tiene una costura cerrada hasta la base del cuello. Me llaman la atención numerosas bolitas que se cosen verticalmente sobre el cierre. Dotados de una secuencia de colores que se repite en el siguiente orden: azul, naranja, negro, verde, rosa y blanco. Pero el aspecto más llamativo para los viandantes que me miran, es la transparencia de la chilaba y la “S” de Superman que todavía puede vislumbrarse a través de la misma.

Decido hacer el trayecto de vuelta a pie. Ya me siento más recuperado. Pero para asegurarme, me detengo a comer en un restaurante llamado, “Planet Foods”. Un Planet Hollywood a lo marroquí. Me sorprende que tanto este restaurante como los demás que veo en Hivernage se encuentren vacíos. Como un pueblo fantasma de un Western. Hasta ese momento no había caído que me encuentro en pleno Ramadán; que explicaría lo que me pasó ayer. Me sigue viniendo el mismo simbolismo de siempre. En el propio menú del restaurante donde hay una biografía de varios escritores franceses. ¿El simbolismo? ¡La extinción intelectual!


Termino de comer y sigo andando por el camino que ya había transitado. A unos cuantos metros, me para un marroquí en una moto para extenderme la mano. Me dice en francés que no lo conocía pero él sí me conoce a mí. Del aeropuerto, según él. Me confiesa que ha perdido su documentación. En vísperas de comenzar su larga y trágica historia, lo interrumpo diciendo que no puedo ayudarlo. El marroquí arranca nuevamente sin despedirse o mostrarme expresión alguna. No sabía si creerle o no. Sé lo terrible que puede llegar a ser eso. Pero me siento indiferente y sigo mi curso. 



Cerca del hotel, me detengo en un supermercado por un antojo de dulces árabes y una botella de agua. Me dirijo antes a lo segundo. Mientras elijo una botella, me percato que una de las trabajadoras marroquíes me mira con ojos libidinosos cuando paso por el pasillo que custodia. Tanto de ida como de vuelta. El agua está cerca de su pasillo, mas la pierdo de vista. Se acerca al extremo del mismo. Se detiene a la altura de las mermeladas violetas de hayas de bosque. Mi Zafiro Estelar de Marrakech. Le mantengo la mirada. Ella la baja. Me resulta atractiva. Tanto para enamorarme. No le digo nada. Intento justificarme a mí mismo que es por un problema en el idioma, su religión y mi timidez. Pero la verdad es que no estaba en mí…





Compro los dulces árabes y la botella de agua para salir al poco tiempo. Afuera se me acerca un marroquí joven a pedirme limosna. Le digo con la mano que no. Me sigue. Se lo repito en francés y en árabe con cierta irritabilidad. "Non, non, non; la la la". Hasta que finalmente desiste. Me empieza a dar mucho sueño acercándome al hotel. Como por encanto del condicionamiento clásico de Pavlov. Al entrar, me percato de un detalle muy curioso. Simbolismos que ni siquiera había remarcado. En resumen, mis tres últimos encuentros eran completamente lo opuesto a lo que debía representar. No le di esperanza al árabe en la motocicleta, pasé del amor con la chica del supermercado y no tuve compasión con el joven pordiosero. ¿Será que los colores de mi chilaba representaban todas las variedades de kriptonitas?



Me echo una larga siesta. Cuando despierto, me propongo un último cometido. Con tal de mantener la esencia de Superman y disfrutar de mis vacaciones en conjunto, decido bajar a la piscina del hotel para darme un baño y broncearme. Después de todo, Superman obtiene su fuerza del sol amarillo de la Tierra.  Esto es porque su planeta Krypton se ubicaba en un Sistema Solar con un sol rojo; la estrella más grande de todas. Su viaje a la Tierra aumentó su densidad molecular para dotarlo con superpoderes. Digo esto para quienes creen que Superman tiene sus poderes sólo por ser un alienígena. Mientras alterno chapuzones y rayos solares, llego a la conclusión que mi fracaso en esta fase del Espectro Emocional es muy sencilla. He vuelto como todo lo que criticaba estando en Hivernage. Fui como un superhombre y volví como un hombre corriente. De Superman a Clark Kent. Para los religiosos, mi parte divina desapareció ese día. Para los ateos, el superhombre murió en la Menara. Espero que la poca luz que queda de la tarde me devuelva mi amor, mi esperanza y mi compasión. Si no lo hace el sol del desierto, nada lo hará…

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