miércoles, 4 de abril de 2012

EL FIN DEL TIEMPO


Dentro de todo lo que aprendí en mitología, siempre tuve una fascinación por el dios Cronos. Una figura que emitía ambición y poder desde su nacimiento. En los mitos, castró a su padre Urano separando el Cielo de la Tierra. Desposó a Rea y tuvo seis hijos: Zeus, Hera, Deméter, Poseidón, Hades y Hestia. Gobernó sobre los demás dioses y la humanidad en lo que llegó a considerarse la Edad de Oro.  Mas, temiendo ser destronado por su descendencia, los degulló. Todos salvo a Zeus que Rea había ocultado y reemplazado por una piedra. Zeus fue criado en Creta en clandestino por la leche de la cabra Amaltea. Cuando llegó a una edad madura, desafió a Cronos y los titanes obligando al primero a vomitar a sus hermanos. Se proclamó nuevo Rey del Olimpo y condenó a su padre a la región más infernal de todas: el Tártaro. Mi interés por la historia me hizo adoptar el pseudónimo de escritor, Cronos Carpio. Y en mi viaje a Grecia, realmente llegué a ser la reencarnación del titán. Mi anacrónica ateniense. Lo que no sabía era que se trataba de mi propia muerte.


EL FIN DEL TIEMPO

Era la última semana del año. Iba en un avión rumbo a Atenas cuando empecé a sentir una náusea repentina. Mi amigo Juan Coyoy me comentó tener la misma sensación. Culpaba la comida del avión. Pero le rectifiqué que se trataba de algo más profundo. Hasta ese punto, no teníamos idea de adónde íbamos, no teníamos reservaciones en ningún hostal, no conocíamos el idioma, habíamos gastado casi todo nuestro dinero en los pasajes y no había ninguna persona a la que podíamos recurrir si algo llegara a pasarnos. Juan me dio la razón pensando que me refería al miedo. Pero sentía en mis entrañas el presagio de un mal más allá de la realidad... mis hijos me daban indigestión.


Cuando llegamos al aeropuerto, todo parecía marchar bien. El avión aterrizó sin problemas, pasamos la aduana y conseguimos las maletas. Incluso nos dieron información para llegar a la Plaza Syntagma en el centro de la ciudad. Un autobús justo afuera donde el resto de turistas se aglomeraban. Mientras esperaba, se me acercó un ateniense y empezó a hablarme en griego. Su helénico iba a tal velocidad que no me daba tiempo para interrumpirlo y decirle que no hablaba su idioma.

-I don’t understand- dije finalmente aprovechando una pausa.

-I’m sorry- respondió sorprendido-. I thought you were greek.




Era el primer simbolismo: “Pensé que eras griego”. Se me tatuó en la mente a lo largo del viaje. Como una especie de maldición que me perseguiría desde ese momento. Era Cronos. Y lo que me esperaba como una bienvenida grata pronto se transformaría en mi Tártaro.

Nos subimos al bus y llegamos a la Plaza Syntagma. Fue alrededor de media hora pero sentí que pasó una eternidad. Cuando nos bajamos, nos sentimos un poco perdidos.  Afortunadamente había mucha gente de relaciones públicas para guiarnos a los negocios correspondientes. El que se prestó a ayudarnos era de origen egipcio. Su nombre era John. Era alto, con gorra, de tez negra y muy simpático. Intuíamos que podía atracarnos o conducirnos a la perdición. Pero, en aquel tiempo, no creíamos tener otra opción.

John El Egipcio nos llevó a una agencia de viajes. Algo que nos pareció extraño después de haber llegado del aeropuerto. Ahí nos atendía un griego Bigotudo. Desde que llegábamos, no hacía otra cosa que intentar persuadirnos para hacer un viaje por las famosas islas. Cuando intentamos explicarle nuestra situación económica, intentó vendernos un viaje de un día. Era intrigante. Aunque era algo que no podíamos permitirnos. Puesto que se había portado tan bien con nosotros (y por “bien” me refiero a las dos cervezas que nos regalaron) le dijimos que nos lo pensaríamos. El Bigotudo habló unas palabras en griego a John El Egipcio y éste nos hizo señas para que le siguiéramos. Continuó a guiarnos por la capital de la ciudad helénica, aportándonos datos de la cultura callejera.




Nos indicó que el Ouzo es más barato que la cerveza (un licor anisado con la fuerza del Absenta), que nunca entremos en un Love Pub (una especie de burdel donde la gente puede salir apuñalada) y que había un hostal más barato que se llamaba “Theseus Hostal” (cerca de la calle principal, Ermou). Fue algo muy humanitario de su parte. Sobre todo, respecto al hostal. Pues no pertenecía al Bigotudo ni a su plan de desplumarnos económicamente.

A éste vimos luego en un restaurante pequeño que quedaba justo enfrente del hostal. No era el Theseus ni era el dueño. Aunque por las manera que se comportaba en el restaurante, parecía ser dueño de este último. Supongo que quería mantenernos localizados para seguirnos presionando. Afortunadamente, tanto Juan y yo éramos más astutos. Salimos a primera hora para instalarnos en el Theseus Hostal que logramos localizar en Internet sin dificultad. Pensaba todo el tiempo encontrarme con el Bigotudo, la Señora del primer hostal y John El Egipcio, pero no fue así. Más bien nos encontramos con Mike El Minotauro.

Pensaría uno que Mike era americano. Y por el mote que le he puesto, que era una bestia mitológica. En realidad era el griego encargado del Theseus Hostal. Un personaje muy extraño. Especialmente por una peluca gris de segunda mano que escondía pobremente su calvicie. Más adelante, lo escuchábamos cantando música rembética con un micrófono. Pese a estas características, era una persona muy amable. Nos ofreció la mitad de lo que estábamos pagando en el otro hostal. Una ganga ya que sólo gastaríamos 10 euros al día (supongo que era una mala época turística para Atenas en general). 

Además de Mike El Minotauro, conocimos a otros personajes dentro del hostal. Niko (un chipriano que, aparte de guiarnos y traducir por nosotros, nos enseñaba piropos y malas palabras en griego); Amber (una inglesa rubia un poco mayor pero que tuvo que haber sido muy guapa en su tiempo); Yuk (un japonés que bebía Ouzo todas las mañanas y leía un libro sin hablar con nadie). También habían dos Hermanas Americanas cuyo nombre no recuerdo (una atractiva que me gustaba y otra menos atractiva que siempre me llamaba “Rodríguez”) y la Parca de San Patricio (un irlandés que tampoco recuerdo por nombre con pelo largo, barba, de unos cincuenta y tantos, siempre borracho y con numerosos tatuajes de la muerte en sus brazos).




En Navidad salimos todos juntos a cenar en la zona de Monastiraki. Era realmente lo que buscaba: una Navidad del Paganismo. Algo diferente a todo lo que había visto. Lo percibía por cada uno de mis sentidos. Ese olor a gyros, la música rembética, los bailes atenienses, el material de las mesas al tacto; todo era tan diferente. Posteriormente salimos de fiesta. Intenté cortejar a la americana atractiva pero se acabó yendo con la hermana. Me molestó que fuera la atractiva la que se despidió de mí llamándome “Rodríguez”. Me empecé a deprimir. Mas luego recordé los simbolismos. No era Rodrigo en aquel entonces. Era Cronos. Y no podía deprimirme en Grecia. Decidí invertir mi pesar. Y bailé solo. Sin parar. Sincronizándome con la música y alcanzando otra dimensión corporal más allá de los propios oídos. A la velocidad de la luz… ¡en control de todo el tiempo! Mi exhibicionismo me ganó el teléfono de una camarera griega del sitio. Es increíble lo que cambia el estado emocional. No el que uno siente, sino el que uno proyecta. Lamento no haberla llamado. Sobre todo por el Infierno que me esperaba.

Reitero que Juan y yo teníamos muy poco dinero. Tan pobres que sólo podíamos permitirnos comer espaguetis con tomate. Los cocinábamos en el hostal y nos comíamos dos platos al día. No eran porciones muy grandes por lo que siempre pasábamos hambre. Hubo veces que recurrimos al robo. Juan distraía al vendedor mientras yo robaba comida y viceversa. No es algo de lo que estoy especialmente orgulloso. Pero mi sentido moral se perdía en el hambre. Había veces que realmente la pasaba mal. Especialmente al atravesar Monastiraki y percibir ese olor a gyros y kebab (que, según los griegos, también es invención de ellos). Otras veces bromeaba con Juan comiendo tréboles en las regiones más boscosas y me tomaba fotos tituladas, “Cuando se te acaba el dinero”. Amber nos había dicho que ir con poco dinero era el fundamento de unas buenas aventuras. Nos contó que estaba casada con un árabe de mucho dinero. Pero siempre iba a los hostales para conocer gente. Estoy muy de acuerdo con esta filosofía. Pero mi caso en Atenas tenía otra razón de ser. La encarnación del dios Cronos, quien habiéndose comido a sus hijos, era castigado en el corazón de Grecia pasando hambre.

No era lo único de mi Averno simbólico. Recordé las palabras del ateniense en el aeropuerto: “Pensé que eras griego”. Creo que no hay mayor pesar para un dios que ser olvidado. Borrado de la mente de los mortales. El exordio sutil de este simbolismo empezó en las tiendas turísticas. Había varias estuatillas de dioses griegos mas, por alguna razón, Cronos no se hallaba entre ellas. Se lo preguntaba a todos los vendedores (griegos, por cierto) y nadie sabía quién era.  El padre de Zeus, el dios del tiempo, el titán, el personaje más importante de la Teogonía de Hesíodo; les sonaba como el griego para mí. Volveríamos a encontrarnos este hecho cuando visitamos el Templo de Zeus. El Templo de Cronos y Rea estaba justo a la par. El que más me interesaba visitar después del Partenón y la prisión de Sócrates que ya habíamos atendido. 

En cuanto a mi Templo, resulta no sólo que se me impedía el paso por las preparaciones Olímpicas, pero no era digno de visitar. Se podía vislumbrar desde el Templo de Zeus a través de una malla. No eran ni siquiera ruinas. Parecía una obra en construcción que perdió el presupuesto en los primeros meses. Aparte había llovido esa mañana y estaba lleno de charcos sucios. Era algo impresentable. Pero me percaté en esos momentos que era mi hijo quien me humillaba desde su propio Templo.




El clímax de mi inexistencia llegó a fin de año. El detonante fue el aguardiente ya mencionado; sabor anisado y blanqueado con agua: el Ouzo. Hasta ese día, Juan y yo nos habíamos bebido media botella por cabeza alcanzando estado etílicos satisfactorios. No obstante, para los alcohólicos ignorantes que lo consideran poco reto, enfatizo que el Ouzo (y cualquier licor fermentado del anís para ese hecho) contiene alrededor de 60 grados de alcohol. En noche vieja, los guatemaltecos optaron por una botella entera obviando este tema. En nuestro auge de ebriedad, volvimos al hostal unos momentos ya que Juan no podía más. Intenté convencerlo de salir a la plaza y celebrar el año nuevo (todavía eran las once y media). La ironía fue que yo tampoco llegué a ver las doce. Más adelante lamentaría no haberme quedado en el hostal como Juan.

Cuando desperté, estaba en el hospital. Había un tubo conectado a mi brazo y tenía una herida en la cabeza. En la cama de la par estaba el japonés misterioso, Yuk.  Provisto que ya había tenido dos experiencias similares, no resultó ser una noticia traumatizante para mí. El hecho que no era el único me daba un alivio mayor. Aunque al poco tiempo descubría que en realidad me estaba cuidando. Me parecía un acto tan honorable que no me lo podía creer en un principio. De hecho es algo que se encuentra reflejado más en la cultura de oriente que en la de occidente. El único problema es que mi cartera no estaba. Por alguna estúpida razón también había sacado mi pasaporte; otro elemento que tampoco apareció en mis bolsillos. En aquel estado semi-borracho, permanecía una sensación positiva en mi ser. Como si mi cartera y mi pasaporte estaban a salvo en algún sitio. La sensación negativa comenzó al percatarme que no lo estaban.

Le agradecí a Yuk por ayudarme pero no sabía nada sobre mi cartera y mi pasaporte.  También lo había preguntado en el propio hospital. Negaron tenerlos y me hicieron firmar una constancia que les absolvía de toda responsabilidad. Yuk había mencionado a una gente pakistaní y una ambulancia que vino a traerme. Más adelante me lo confirmaría Amber con su acento inglés sofisticado. Por lo visto los pakistaníes nos empujaban a Yuk y a mí entre la multitud de lo que, según mi entender, era otra multitud de pakistaníes bailarines. En uno de los empujones (o quizá por mi propia inercia alcohólica) me caí y me abrí la cabeza. Llamaron a una ambulancia que se adentró en la Plaza Syntagma y me sacó de ahí entre toda la multitud del año fresco. Un hecho extraordinario que ni siquiera recordaba. Pero me parecía verosímil debido al Infierno que asumía en esos momentos.

Cuando llegué al hostal, Juan estaba despierto. Le conté un resumen de mi tragedia mientras rebuscaba frenéticamente la habitación por los objetos perdidos. El martillo de la verdad cayó sobre mi cabeza en aquellos momentos y acepté el hecho que estaban perdidos. Pero esa aceptación iba acompañada de una epifanía suicida: Soy Cronos, estoy en Grecia y no tengo identidad. Me resultó humillante y era una idea con la que sentía que no podía vivir. Me até las cintas de los zapatos y me puse la capucha del suéter skater rojo que vestía la mayor parte del tiempo. Juan se percató que me preparaba para salir y me preguntó hacia dónde me dirigía. Consumido en la metafísica depresiva de mi ego, confesé simplemente que me dirigía a la muerte.




Salí del hostal sin mirar atrás. Como si estuviese programado para extinguirme. Iba a paso acelerado pero Juan no me perdió el rastro. Gritaba mi nombre varias veces y supongo que todo el tiempo se preguntaba, “¿Adónde irá este loco?” Yo mismo no lo tenía muy claro. Mi instinto suicida era lo único que me guiaba. Desde mi perspectiva, todo parecía caótico. Como si estuviese poseído por la Muerte misma y era ésta la que me indicaba cómo iba a morir. No obstante, había un gran sentido psicológico detrás de mi locura. Algo sugerido por mi subconsciente egocéntrico fatalista de un recuerdo previo.

Se trataba de un cartel que ponía la palabra “CRONOS” en letras griegas. Parecía una tienda de alimentación que siempre estaba cerrada. No tenía nada de especial. Mas era el único lugar donde veía mi nombre. Frente a la tienda, había un bar llamado “House of the Rising Sun”. La canción de los Animals con la que a menudo me sentía identificado. Quizá porque trataba de la decadencia, la perdición y la muerte. Tres cosas que corrían por mis venas en aquellos momentos.  Mientras me acercaba, todo me pareció más evidente. ¡Quiero beberme hasta la tumba viendo mi nombre en letras griegas! Sin hospital o amigos para salvarme. Me arrepentí de habérselo dicho a Juan. Sobre todo porque era un buen amigo y no me dejaría llevar a cabo mi cometido apocalíptico. Con lo que no contaba era que el bar de mi muerte también estaba cerrado. Me petrifiqué ante esta imagen. Sintiéndome más humillado y perdido que cuando salí del hostal. Mi mente simbólica seguía atormentándome. Me senté sobre la acera y rompí a llorar frente a Juan que finalmente me alcanzaba para decirme, "Olvidaste tu cigarro". La tienda de Cronos cerrada. El bar de mi muerte cerrado. ¿Qué significaba? Pues algo muy sencillo: Había muerto mi inmortalidad. Pero el final de una cosa es siempre el comienzo de otra. Y la muerte de Cronos fue el nacimiento de la anacrónica.




Dibujos por Juan Eduardo Coyoy 

Enlaces:

Mitología griega: http://www.guiascostarica.com/mitos/grecia.htm
Guía de Atenas: http://www.grecotour.com/atenas/
La Revelación: http://www.larevelacion.com/Mitologia/Crono.html

8 comentarios:

  1. Grande crónica y aventura a la par, encantado de conocer a un tipo que se esmera en cada viaje de sentirse interiorizado con su gente y su cultura, si no es así terminas siendo como estos grupos de chinos o japos haciendo fotos a todo si ningún sentido y formando parte de el rebaño del típico guía de turno.
    Nos queda realizar una muy grande para que la escribas, conjuntamente, juntos pero no revueltos, solo cuando los planetas se alinean!!! Por cierto me pido marte, pertenece a mi signo:MADRI

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    1. Gracias, compadre! Claro que está pendiente. Mira que te lo dije varias veces. Y cuando los planetas se alinean... a ver que sale. Igual te informaré en la que sales tú. Nos vemos en Marte!

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  2. Very good taste (mu ricooooo) soy A-nonimooooooooooooooooo (tambien conocido como pildorita)

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  3. Pildorita, no hace falta ser anónimo. Soy yo tu fan número 1. Tu anacrónica también queda pendiente!

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  4. Excelente cronica, me encanta lo descriptivo que sos porque me hace visualizarme como si estuviera en Grecia contigo experimentando las mismas sensaciones, las mismas personas y los mismos lugares. Estoy orgullosa de ti!

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  5. Gracias, corazón. Te lo debo a ti. Me has inspirado tantas cosas. Y quiero vivirlas contigo en anacrónicas futuras. Pero esas serán "Off the record"...

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  6. Buenos recuerdos estos, te paso los sketches en cuanto los encuentre.

    Por cierto, no incluiste la frase con la que te alcancé al final: " Olvidaste tu cigarro ".

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  7. Es verdad! La modificaré. Pasame los dibujos y los cuelgo. Gracias, compi :)

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