Dentro de todo lo
que aprendí en mitología, siempre tuve una fascinación por el dios Cronos. Una figura que emitía ambición y poder desde
su nacimiento. En los mitos, castró a su padre Urano separando el Cielo de la Tierra. Desposó
a Rea y tuvo seis hijos: Zeus, Hera,
Deméter, Poseidón, Hades y Hestia. Gobernó sobre los demás dioses y la humanidad en lo que llegó a
considerarse la Edad de Oro. Mas,
temiendo ser destronado por su descendencia, los degulló. Todos salvo a Zeus que Rea
había ocultado y reemplazado por una piedra. Zeus fue
criado en Creta en clandestino por la leche de la cabra Amaltea. Cuando llegó a
una edad madura, desafió a Cronos y los titanes obligando al primero a vomitar
a sus hermanos. Se proclamó nuevo Rey
del Olimpo y condenó a su padre a la región más infernal de todas: el Tártaro.
Mi interés por la historia me hizo adoptar el pseudónimo de escritor, Cronos
Carpio. Y en mi viaje a Grecia, realmente llegué a ser la reencarnación del
titán. Mi anacrónica ateniense. Lo que no sabía era que se trataba de mi propia muerte.
EL FIN DEL TIEMPO
Era la última semana del año. Iba en un avión rumbo a Atenas cuando empecé a sentir una náusea repentina. Mi amigo Juan Coyoy me comentó tener la misma sensación. Culpaba la comida del avión. Pero le rectifiqué que se trataba de algo más profundo. Hasta ese punto, no teníamos idea de adónde íbamos, no teníamos reservaciones en ningún hostal, no conocíamos el idioma, habíamos gastado casi todo nuestro dinero en los pasajes y no había ninguna persona a la que podíamos recurrir si algo llegara a pasarnos. Juan me dio la razón pensando que me refería al miedo. Pero sentía en mis entrañas el presagio de un mal más allá de la realidad... mis hijos me daban indigestión.
-I don’t
understand- dije finalmente aprovechando una pausa.
Era el primer
simbolismo: “Pensé que eras griego”. Se
me tatuó en la mente a lo largo del viaje. Como una especie de maldición que me
perseguiría desde ese momento. Era Cronos. Y lo que me esperaba como una
bienvenida grata pronto se transformaría en mi Tártaro.
Nos subimos al bus y llegamos a la Plaza Syntagma. Fue alrededor de media hora pero sentí que pasó una eternidad. Cuando nos bajamos, nos sentimos un poco perdidos. Afortunadamente había mucha gente de relaciones públicas para guiarnos a los negocios correspondientes. El que se prestó a ayudarnos era de origen egipcio. Su nombre era John. Era alto, con gorra, de tez negra y muy simpático. Intuíamos que podía atracarnos o conducirnos a la perdición. Pero, en aquel tiempo, no creíamos tener otra opción.
Nos subimos al bus y llegamos a la Plaza Syntagma. Fue alrededor de media hora pero sentí que pasó una eternidad. Cuando nos bajamos, nos sentimos un poco perdidos. Afortunadamente había mucha gente de relaciones públicas para guiarnos a los negocios correspondientes. El que se prestó a ayudarnos era de origen egipcio. Su nombre era John. Era alto, con gorra, de tez negra y muy simpático. Intuíamos que podía atracarnos o conducirnos a la perdición. Pero, en aquel tiempo, no creíamos tener otra opción.
John El Egipcio nos
llevó a una agencia de viajes. Algo que nos pareció extraño después de haber
llegado del aeropuerto. Ahí nos atendía un griego Bigotudo. Desde que
llegábamos, no hacía otra cosa que intentar persuadirnos para hacer un viaje
por las famosas islas. Cuando intentamos explicarle nuestra situación
económica, intentó vendernos un viaje de
un día. Era intrigante. Aunque era algo que no podíamos permitirnos. Puesto que
se había portado tan bien con nosotros (y por “bien” me refiero a las dos
cervezas que nos regalaron) le dijimos que nos lo pensaríamos. El Bigotudo
habló unas palabras en griego a John El Egipcio y éste nos hizo señas para que le siguiéramos. Continuó a guiarnos por la capital de la ciudad helénica,
aportándonos datos de la cultura
callejera.
Nos indicó que el
Ouzo es más barato que la cerveza (un licor anisado con la fuerza del Absenta), que nunca entremos en un Love Pub (una especie de burdel donde la
gente puede salir apuñalada) y que había un hostal más barato que se llamaba
“Theseus Hostal” (cerca de la calle principal, Ermou). Fue algo muy
humanitario de su parte. Sobre todo, respecto al hostal. Pues no pertenecía al
Bigotudo ni a su plan de desplumarnos económicamente.
A éste vimos
luego en un restaurante pequeño que quedaba justo enfrente del hostal. No era
el Theseus ni era el dueño. Aunque por las manera que se comportaba
en el restaurante, parecía ser dueño de este último. Supongo que quería mantenernos
localizados para seguirnos presionando. Afortunadamente, tanto Juan y yo éramos
más astutos. Salimos a primera hora para instalarnos en el Theseus Hostal que
logramos localizar en Internet sin dificultad. Pensaba todo el tiempo
encontrarme con el Bigotudo, la Señora del primer hostal y John El Egipcio, pero no
fue así. Más bien nos encontramos con Mike El Minotauro.
Pensaría uno que
Mike era americano. Y por el mote que le he puesto, que era una bestia
mitológica. En realidad era el griego
encargado del Theseus Hostal. Un personaje muy extraño. Especialmente por una
peluca gris de segunda mano que escondía pobremente su calvicie. Más adelante,
lo escuchábamos cantando música rembética con un micrófono. Pese a estas
características, era una persona muy amable. Nos ofreció la mitad de lo que
estábamos pagando en el otro hostal. Una ganga ya que sólo gastaríamos 10 euros
al día (supongo que era una mala época turística para Atenas en general).
Además de Mike El Minotauro, conocimos a otros personajes dentro del hostal.
Niko (un chipriano que, aparte de guiarnos y traducir por nosotros, nos
enseñaba piropos y malas palabras en griego); Amber (una inglesa rubia un poco
mayor pero que tuvo que haber sido muy guapa en su tiempo); Yuk (un japonés que
bebía Ouzo todas las mañanas y leía un libro sin hablar con nadie). También habían
dos Hermanas Americanas cuyo nombre no recuerdo (una atractiva que me gustaba y
otra menos atractiva que siempre me llamaba “Rodríguez”) y la Parca de San Patricio (un irlandés que
tampoco recuerdo por nombre con pelo largo, barba, de unos cincuenta y tantos,
siempre borracho y con numerosos tatuajes de la muerte en sus brazos).
En Navidad
salimos todos juntos a cenar en la zona de Monastiraki. Era realmente lo que
buscaba: una Navidad del Paganismo. Algo diferente a todo lo que había visto. Lo
percibía por cada uno de mis sentidos. Ese olor a gyros, la música rembética,
los bailes atenienses, el material de las mesas al tacto; todo era tan
diferente. Posteriormente salimos de fiesta. Intenté cortejar a la americana
atractiva pero se acabó yendo con la hermana. Me molestó que fuera la
atractiva la que se despidió de mí llamándome “Rodríguez”. Me empecé a
deprimir. Mas luego recordé los simbolismos. No era Rodrigo en aquel entonces.
Era Cronos. Y no podía deprimirme en Grecia. Decidí invertir mi pesar. Y bailé
solo. Sin parar. Sincronizándome con la música y alcanzando otra dimensión
corporal más allá de los propios oídos. A la velocidad de la luz… ¡en control de
todo el tiempo! Mi exhibicionismo me ganó el teléfono de una camarera griega
del sitio. Es increíble lo que cambia el estado emocional. No el que uno
siente, sino el que uno proyecta. Lamento no haberla llamado. Sobre todo por el
Infierno que me esperaba.
Reitero que Juan
y yo teníamos muy poco dinero. Tan
pobres que sólo podíamos permitirnos comer espaguetis con tomate. Los cocinábamos en
el hostal y nos comíamos dos platos al día. No eran porciones muy grandes por
lo que siempre pasábamos hambre. Hubo veces que recurrimos al robo. Juan
distraía al vendedor mientras yo robaba comida y viceversa. No es algo de lo que
estoy especialmente orgulloso. Pero mi
sentido moral se perdía en el hambre. Había veces que realmente la pasaba mal.
Especialmente al atravesar Monastiraki y percibir ese olor a gyros y kebab
(que, según los griegos, también es invención de ellos). Otras veces bromeaba
con Juan comiendo tréboles en las regiones más boscosas y me tomaba fotos tituladas, “Cuando se te acaba el
dinero”. Amber nos había dicho que ir con poco dinero era el fundamento de unas buenas aventuras. Nos contó que estaba casada con un árabe de mucho dinero. Pero siempre iba a los hostales para conocer gente. Estoy muy de acuerdo con esta filosofía. Pero mi caso en Atenas tenía otra razón
de ser. La encarnación del dios Cronos,
quien habiéndose comido a sus hijos, era castigado en el corazón de Grecia
pasando hambre.
No era lo único de mi Averno simbólico. Recordé las palabras del ateniense en el aeropuerto: “Pensé
que eras griego”. Creo que no hay mayor
pesar para un dios que ser olvidado. Borrado de la mente de los mortales. El
exordio sutil de este simbolismo empezó en las tiendas turísticas. Había varias
estuatillas de dioses griegos mas, por alguna razón, Cronos no se hallaba entre
ellas. Se lo preguntaba a todos los
vendedores (griegos, por cierto) y nadie sabía quién era. El padre de Zeus, el dios del tiempo, el
titán, el personaje más importante de la Teogonía de Hesíodo; les sonaba como
el griego para mí. Volveríamos a encontrarnos este hecho cuando visitamos el
Templo de Zeus. El Templo de Cronos y Rea estaba justo a la par. El que más me
interesaba visitar después del Partenón y la prisión de Sócrates que ya
habíamos atendido.
En cuanto a mi Templo, resulta no sólo que se me impedía el paso por las preparaciones Olímpicas, pero no
era digno de visitar. Se podía vislumbrar desde el Templo de Zeus a través de
una malla. No eran ni siquiera ruinas. Parecía una obra en construcción que
perdió el presupuesto en los primeros meses. Aparte había llovido esa mañana y estaba lleno de charcos
sucios. Era algo impresentable. Pero me percaté en esos momentos que era mi
hijo quien me humillaba desde su propio Templo.
El clímax de mi
inexistencia llegó a fin de año. El detonante fue el aguardiente ya mencionado;
sabor anisado y blanqueado con agua: el Ouzo. Hasta ese día, Juan y yo nos
habíamos bebido media botella por cabeza alcanzando estado etílicos satisfactorios. No
obstante, para los alcohólicos ignorantes que lo consideran poco reto, enfatizo
que el Ouzo (y cualquier licor fermentado del anís para ese hecho) contiene alrededor
de 60 grados de alcohol. En noche vieja, los guatemaltecos optaron por una
botella entera obviando este tema. En nuestro auge de ebriedad, volvimos al
hostal unos momentos ya que Juan no podía más. Intenté convencerlo de salir a la plaza y celebrar el año nuevo (todavía
eran las once y media). La ironía fue que yo tampoco llegué a ver las doce. Más
adelante lamentaría no haberme quedado en el hostal como Juan.
Cuando desperté,
estaba en el hospital. Había un tubo conectado a mi brazo y tenía una herida
en la cabeza. En la cama de la par estaba el japonés misterioso, Yuk. Provisto que ya había tenido dos experiencias
similares, no resultó ser una noticia traumatizante para mí. El hecho que no era el
único me daba un alivio mayor. Aunque al poco tiempo descubría que en realidad
me estaba cuidando. Me parecía un acto tan honorable que no me lo podía creer
en un principio. De hecho es algo que se encuentra reflejado más en la cultura
de oriente que en la de occidente. El único problema es que mi cartera no
estaba. Por alguna estúpida razón también había sacado mi pasaporte; otro
elemento que tampoco apareció en mis bolsillos. En aquel estado semi-borracho,
permanecía una sensación positiva en mi ser. Como si mi cartera y mi pasaporte
estaban a salvo en algún sitio. La sensación negativa comenzó al percatarme que
no lo estaban.
Le agradecí a Yuk
por ayudarme pero no sabía nada sobre mi cartera y mi pasaporte. También lo había preguntado en el propio
hospital. Negaron tenerlos y me hicieron firmar una constancia que les absolvía
de toda responsabilidad. Yuk había mencionado a una gente pakistaní y una
ambulancia que vino a traerme. Más adelante me lo confirmaría Amber con su
acento inglés sofisticado. Por lo visto los pakistaníes nos empujaban a Yuk y a
mí entre la multitud de lo que, según mi entender, era otra multitud de
pakistaníes bailarines. En uno de los empujones (o quizá por mi propia inercia
alcohólica) me caí y me abrí la cabeza. Llamaron a una ambulancia que se
adentró en la Plaza Syntagma y me sacó de ahí entre toda la multitud del año
fresco. Un hecho extraordinario que ni
siquiera recordaba. Pero me parecía verosímil debido al Infierno que asumía en esos momentos.
Cuando llegué al
hostal, Juan estaba despierto. Le conté un resumen de mi tragedia mientras
rebuscaba frenéticamente la habitación por los objetos perdidos. El martillo de
la verdad cayó sobre mi cabeza en aquellos momentos y acepté el hecho que
estaban perdidos. Pero esa aceptación iba acompañada de una epifanía suicida:
Soy Cronos, estoy en Grecia y no tengo identidad. Me resultó humillante y era
una idea con la que sentía que no podía vivir. Me até las cintas de los zapatos
y me puse la capucha del suéter skater rojo que vestía la mayor parte
del tiempo. Juan se percató que me preparaba para salir y me preguntó hacia
dónde me dirigía. Consumido en la metafísica depresiva de mi ego, confesé
simplemente que me dirigía a la muerte.
Salí del hostal
sin mirar atrás. Como si estuviese programado para extinguirme. Iba a paso
acelerado pero Juan no me perdió el rastro. Gritaba mi nombre varias veces y
supongo que todo el tiempo se preguntaba, “¿Adónde irá este loco?” Yo mismo no
lo tenía muy claro. Mi instinto suicida era lo único que me guiaba. Desde mi
perspectiva, todo parecía caótico. Como si estuviese poseído por la Muerte
misma y era ésta la que me indicaba cómo iba a morir. No obstante, había un
gran sentido psicológico detrás de mi locura. Algo sugerido por mi subconsciente egocéntrico fatalista de un recuerdo previo.
Se trataba de un
cartel que ponía la palabra “CRONOS” en letras griegas. Parecía una tienda de
alimentación que siempre estaba cerrada. No tenía nada de especial. Mas era el
único lugar donde veía mi nombre. Frente
a la tienda, había un bar llamado “House of the Rising Sun”. La canción de los Animals con la que a menudo
me sentía identificado. Quizá porque trataba de la decadencia, la perdición y
la muerte. Tres cosas que corrían por mis venas en aquellos momentos. Mientras me acercaba, todo me pareció más
evidente. ¡Quiero beberme hasta la tumba viendo mi nombre en letras griegas!
Sin hospital o amigos para salvarme. Me arrepentí de habérselo dicho a
Juan. Sobre todo porque era un buen
amigo y no me dejaría llevar a cabo mi cometido apocalíptico. Con lo que no
contaba era que el bar de mi muerte también estaba cerrado. Me petrifiqué ante
esta imagen. Sintiéndome más humillado y perdido que cuando salí del hostal. Mi
mente simbólica seguía atormentándome. Me senté sobre la acera y rompí a llorar
frente a Juan que finalmente me alcanzaba para decirme, "Olvidaste tu cigarro". La tienda de Cronos cerrada. El bar
de mi muerte cerrado. ¿Qué significaba? Pues algo muy sencillo: Había muerto mi
inmortalidad. Pero el final de una cosa es siempre el comienzo de otra. Y la
muerte de Cronos fue el nacimiento de la anacrónica.
Enlaces:
Mitología griega: http://www.guiascostarica.com/mitos/grecia.htm
Guía de Atenas: http://www.grecotour.com/atenas/
La Revelación: http://www.larevelacion.com/Mitologia/Crono.html
Dibujos por Juan Eduardo Coyoy
Enlaces:
Mitología griega: http://www.guiascostarica.com/mitos/grecia.htm
Guía de Atenas: http://www.grecotour.com/atenas/
La Revelación: http://www.larevelacion.com/Mitologia/Crono.html
Grande crónica y aventura a la par, encantado de conocer a un tipo que se esmera en cada viaje de sentirse interiorizado con su gente y su cultura, si no es así terminas siendo como estos grupos de chinos o japos haciendo fotos a todo si ningún sentido y formando parte de el rebaño del típico guía de turno.
ResponderEliminarNos queda realizar una muy grande para que la escribas, conjuntamente, juntos pero no revueltos, solo cuando los planetas se alinean!!! Por cierto me pido marte, pertenece a mi signo:MADRI
Gracias, compadre! Claro que está pendiente. Mira que te lo dije varias veces. Y cuando los planetas se alinean... a ver que sale. Igual te informaré en la que sales tú. Nos vemos en Marte!
EliminarVery good taste (mu ricooooo) soy A-nonimooooooooooooooooo (tambien conocido como pildorita)
ResponderEliminarPildorita, no hace falta ser anónimo. Soy yo tu fan número 1. Tu anacrónica también queda pendiente!
ResponderEliminarExcelente cronica, me encanta lo descriptivo que sos porque me hace visualizarme como si estuviera en Grecia contigo experimentando las mismas sensaciones, las mismas personas y los mismos lugares. Estoy orgullosa de ti!
ResponderEliminarGracias, corazón. Te lo debo a ti. Me has inspirado tantas cosas. Y quiero vivirlas contigo en anacrónicas futuras. Pero esas serán "Off the record"...
ResponderEliminarBuenos recuerdos estos, te paso los sketches en cuanto los encuentre.
ResponderEliminarPor cierto, no incluiste la frase con la que te alcancé al final: " Olvidaste tu cigarro ".
Es verdad! La modificaré. Pasame los dibujos y los cuelgo. Gracias, compi :)
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