viernes, 27 de abril de 2012

EL ESCULTOR DE PLASTILINA

La plastilina o plastelina es un material compuesto de plástico, sales de calcio, vaselina y ácido esteárico. Suele venir en una variedad de colores y su uso es popular en edades infantiles. Particularmente por su maleabilidad para crear figuras de todo tipo. Se inventó en el año 1880 por Franz Kolb en Münich como sustituto a la arcilla. Pero su comercialización no empezó hasta 1889 con la marca Faber Castell. Alrededor de 1930, se creó una fórmula para limpiar el papel pintado en Cincinnati. Estaba compuesto de harina, agua, sal, ácido bórico y aceite mineral. Su uso como plastilina no llegó hasta los 50 con la marca Play Doh. En mi país, Guatemala, se le denomina Plasticina en razón de ser la marca de plastilina que la popularizó. Aparte del uso infantil, hay artistas que usan la plastilina en el arte. En mi experiencia personal, conocí un escultor hace mucho tiempo en un bar. La idea ya me parecía surrealista por sí sola. Pero, al final, me enteré que el Escultor de Plastilina realmente no era humano. 



Sucedió en La Coquette de Madrid Centro. Un bar de blues que destaca por su originalidad arquitectónica y musical. Se encuentra en una Cava subterránea en el estilo típico español. Apenas bajando las escaleras, hay una barra. Conecta a la derecha con la columna vertebral del bar en una cueva amplia con mesas y un escenario al fondo grafiteado para espectáculos en vivo (generalmente los martes, miércoles y jueves). Las paredes y la música dan ambiente al lugar en representación de grandes músicos como John Mayall, Billie Holiday, Howlin Wolf, Leadbelly, Buddy Guy, BB King, Eric Clapton, Muddy Waters, Bo Didley y Stevie Ray Vaughan entre muchos. Mas mi historia trascurre en la parte oculta del bar; avanzando hacia el escenario a la izquierda. Como si ese espacio estuviera reservado para fenómenos bizarros. Había quedado con mi amigo Jaime Sinatra (del mismo Bilbao); también conocido como mi “colega surrealista” ya que cada vez que salgo con él, acabo en una historia, o bien suceden a nuestro alrededor, fuera de un plano convencional de cordura statu quo. Y esta vez, se trataba de la historia más surrealista de todas.

Estábamos en la parte oculta del bar al fondo. Había una barra pequeña. Conectada también a la barra de la entrada donde podía visualizarse el otro lado y el corazón de la música que palpitaba. Bebíamos Southern Comfort. Un licor de Nueva Orleans fabricado con frutas, especias y whiskey. Sé que la versión comercial de ahora sólo es el condimento del whiskey y tampoco clasifica como un bourbon por agregarse azúcar después de la destilación. Esto lo vuelve en un alcohol místico y peligroso. Era conocida como la bebida favorita de Janis Joplin. Y una de las mías también. Desde esa vez, bebía exclusivamente Southern Comfort en La Coquette. Sólo éramos tres en aquel momento. Jaime y yo más una tercera figura misteriosa en el bar. Era un hombre delgado, de tez morena, pelo oscuro alternado con canas y atado en una coleta. Empecé a contarle a Jaime que había sitios en Guatemala, concretamente la región de Zacapa, donde la gente tenía pistolas como si fueran teléfonos celulares o móviles. Igual que un Western de Sergio Leone. Quizá exageraba un poco, pero el Hombre Misterioso se vio intrigado por mi historia. Me sonreía mientras la relataba con lo cual me sentí obligado a contársela a él también. El hombre se dirigió a Jaime para corroborar mi relato por su cara de incrédulo. Incorporándose a la conversación sin ser invitado y tomando parte como si llevara en ella toda la vida. Nos comentó que era común en América. Lo dijo poco sorprendido. Como que ya había estado ahí. Dentro del mismo tema y apartándose drásticamente del mismo, nos contó su primera teoría.

Decía que ni los españoles ni los vikingos fueron los primeros en colonizar América. Se trataba de los japoneses que se asentaron en Perú y les dieron los rasgos achinados respectivos. Lo mismo con Norteamérica y las razas mongólicas que cruzaron el estrecho de Bering. Jaime y yo nos miramos como si no entendíamos a que venía el comentario. Mas pronto continuó con la segunda teoría. Las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial eran la causa del calentamiento global. Una especie de efecto mariposa en el tiempo que también daba lugar a todos los desastres naturales que han ocurrido en esa zona. Tenía sentido. Lo recordaba por el efecto que tuvo el meteoro que extinguió a los dinosaurios. Un calentamiento gradual a través de la Tierra. No recuerdo toda la conversación (reitero que estaba bebiendo Southern Comfort), pero lo que no se me olvida es que el Hombre Misterioso justificaba sus teorías. Minuciosamente. Con ciencia. Y nada sobrenatural. En este punto en la conversación, me dio curiosidad preguntarle a qué se dedicaba con cierta ironía.

-¿Pero quién eres?- le dije-. ¿El Embajador de Japón?

-Soy escultor- me respondió.

-¿De qué?- insistí.

Se metió las manos en los bolsillos y sacó un paquete de plastilina.

-¿En serio?- le pregunté incrédulo.

-Sí- respondió con seriedad-. Es más. Si queréis os esculpo a los dos ahora mismo.

Jaime y yo nos miramos con cara de “no me lo puedo creer”. Ni siquiera recuerdo habérselo confirmado. Pero empezaba ya su labor peculiar a los pocos segundos. Colocó la plastilina sobre la barra y sacó un cuchillo pequeño. Una especie de bisturí minúsculo para cortar la plastilina con precisión. También alguno que otro accesorio metálico para darle contorno a la escultura. Estábamos hipnotizados por sus manos laboriosas. Quizás un poco por narcisismo también. Pero desde su perspectiva era como si no había pasado nada. Seguía contando sus teorías. Y lo curioso es que entraba en el tema religioso de repente. Siempre desde una perspectiva científica. Empezó a hablar de la estatua del Ángel Caído en el Parque del Retiro de Madrid. Según él, era el único tributo verdadero al Diablo en el mundo. Pensaba que lo decía por la escultura en sí misma o un comentario que hacía sencillamente como escultor. Mas lo decía porque estaba justo a 666 metros de altitud sobre el nivel del mar. Se pasó a hablar de Jesucristo. Aludió a la infancia desaparecida del Mesías en la Biblia y cómo había viajado por Oriente aprendiendo técnicas de curación para sanar heridas al simple tacto. Una práctica muy común en la zona. Lo mismo para transformar agua en vino. Utilizaba una base y un ácido disuelto en lo primero para dar lugar a lo segundo. Con todo esto, básicamente nos decía que no eran milagros. Lamento no haberle preguntado cómo Jesucristo caminaba sobre agua. Mi colega tenía sus propias dudas. Eso o estaba probando hasta que punto podía ingeniar una teoría. Sobre todo porque a estas alturas el personaje en cuestión ya había pronunciado en varias ocasiones, demasiadas para su gusto, la frase, “Yo tengo una teoría para eso”. 

-¿Y el Parchís, tío?- dijo Jaime con seriedad y cierto aire de sarcasmo-. ¿De dónde proviene? ¿Los colores, el formato y la propia idea? Date cuenta que es un juego muy caníbal. ¡Consiste en comer!

-Lo miraré- dijo el Escultor de Plastilina entre la reflexión y la indiferencia.

Alrededor de este tiempo, ya había terminado las esculturas. Bustos de nuestro retrato tal y como íbamos. Durante la conversación y las teorías herejes que nos contaba, nos miraba fijamente en ocasiones o nos pedía girarnos para sacar algún detalle del vestuario. Jaime llevaba un sombrero. De hecho siempre lo lleva. También un chaleco color “Camel”. Ambas cosas las hizo exactamente igual. Las esculturas parecían más una caricatura. Pero hechas a perfección. Yo llevaba una camiseta negra de Ripcurl. Me hizo el logo en la parte de adelante y atrás. Luego de mostrarnos los bustos en primera instancia,  incorporó artilugios simbólicos. En el caso de Jaime, una bufanda del Athletic de Bilbao y un cigarro en la mano. En mi caso, un cráneo. Me la entregó al poco tiempo de acabarla.

-¿Igual que Hamlet?- le pregunté sonriendo.

-Espera, espera- reflexionó quitándome la escultura de las manos.

Ajustó el brazo izquierdo con gran velocidad y destreza. Sin romperlo. Colocaba mi mano de plastilina sobre la barbilla para denotar un sentido de duda. Me volvió a entregar la escultura y me dijo:

-¿Ser o no ser?

Me empecé a reír. Me estaba riendo todo el tiempo. Razón por la cual creo que me esculpió una sonrisa tan recia. Pero muy perfeccionista con su obra, el Escultor de Plastilina me sugirió buscar algún alfiler para meterlo en un pequeño agujero del cráneo a modo de clavo. Nuestras esculturas habían llamado la atención de más borrachos de los alrededores. Le pedían que los esculpiera semejantemente. Pero se negaba. Poco después, volvió al tema de los milagros científicos de Jesucristo. Quizá el más impresionante. ¡La resurrección en ciencia! Nos contó que al morir, el cerebro bombardea el cuerpo con endorfinas para darnos un fallecimiento placentero. En el caso de Jesucristo, nos dijo primero que no había sido clavado a la cruz. Sino atado. Puntualizaba este hecho por el estiramiento. Aquel que provocaba que los pulmones se comprimieran del todo. Cuando lo bajaron de la cruz y se le sepultó en la cueva, sus pulmones empezaban a expandirse poco a poco. Tres días para ser exactos. Hasta provocar un último suspiro. Uno que incitaba automáticamente el bombardeo de endorfinas. Acumuladas en este caso durante días. Ergo, resucitándolo. Recuerdo que Jaime se fue a la mitad de la conversación. Me comentó que se sentía mareado. Me llamó poco tiempo después de acabar la historia.

-Te espero fuera- me dijo Jaime al aparato-. Sube mi escultura.

Colgué y me despedí del personaje misterioso. Las esculturas estaban apoyadas en la barra; clavadas en palillos de dientes que había conseguido antes con cierta dificultad. Me las entregó y dijo:

-Escribe sobre mí.

Escuchando estas palabras, pensaba “Ya lo he hecho”. Mi libro de relatos titulado “El Diario de Luzbel”. Ahora con la anacrónica, pienso “¿Estará confirmada la fuente?” Salí del bar y le entregué a Jaime su escultura. Caminamos borrachos hacia la Puerta del Sol. Sin hablar. Riéndonos. Sosteniendo el palillo con el busto de nuestro retrato en plastilina. Con sumo cuidado, frente a nuestro cuerpo más o menos a la altura del esternón. Como quien lleva un huevo en equilibrio y tiene miedo a que se caiga; observando cada uno alternativamente nuestro busto y la cara de los viandantes que se cruzaban a esas horas de la noche en nuestro camino que, probablemente, se encontraban en un estado etílico bastante peor que el nuestro. Hasta que finalmente le comenté:

-Nunca pensé que el Diablo sería un Escultor de Plastilina. 


Anacrónica vivida y escrita con la colaboración de Jaime Sinatra

Posdata: Agradecería que el autor de las esculturas y las teorías se pusiera en contacto conmigo para recibir los créditos merecidos. Si en cambio se trata del mismo Príncipe de las Tinieblas, que el poder de Cristo te someta que no pienso atravesar nueve círculos infernales sólo para confirmar una fuente.   

Enlaces:

Origen del Parchís: http://www.rosaspage.com/art/eparchis.html
Vídeo S. Arvey en la Coquette: http://www.youtube.com/watch?v=b22YGhYwTR4

    

viernes, 20 de abril de 2012

VEINTICUATRO HORAS DESPUÉS DE CRISTO



Poseidón o Neptuno es el dios greco-romano del mar. Conduce un carro tirado por Hipocampo o caballos capaces de cabalgar sobre las aguas. También asociado a los terremotos en los himnos homéricos como el que “mueve la Tierra”. Tras la victoria sobre los titanes, se repartió el mundo con sus hermanos Zeus y Hades: el primero quedándose con el Cielo, el segundo con el inframundo y él con el mar. Tomó parte en la Ilíada de Homero en favor de los griegos. Aunque luego se mostró como antagonista a Ulises en la Odisea, impidiendo que el mismo volviera a Ítaca por haber dejado ciego a su hijo, Polifemo. También cambió de bando en la Eneida de Virgilio cuando rescata Eneas de Aquiles y, posteriormente, de la diosa Juno que intentaba hundir su flota. Poseidón también es famososo por ser el amo y señor de Atlántida. Nombrada después de su hijo Atlante que puede encontrarse en detalle en los diálogos de Platón: Timeo y Critias.  

Apolo o Febo es el dios greco-romano hijo de Zeus y Leto y también mellizo de la diosa Artemisa. Está personificado en muchas historias como el dios de la luz y el sol (también vinculado a Helios), el arte, la poesía, la música, la medicina y el tiro al arco. Como patrón de Delfos igualmente se le atribuyen los poderes de la adivinación. Su hijo Asclepio se prestó como mediador en su influencia en la curación la cual el dios también podía invertir en plagas. Era jefe de las nueve musas Calíope, Clío, Erato, Euterpe, Melpómene, Polimnia, Talía, Terpsícore y Urania. Apolo suele representarse  llevando una lira, haciéndose himnos en su honor llamados peanes. Destacó en muchas partes de la literatura clásica. En especial su participación en la Ilíada de Homero del bando de los troyanos, su papel de abogado al hijo de Agamenón en la Orestíada de Esquilo y su enamoramiento de Dafne y su consecuente transformación en laurel en la Metamorfosis de Ovidio. 

Cibeles es una deidad frigia asociado con Gea y la diosa minoica Rea. Personifica la madre Tierra en la forma de tierra fértil, cavernas, montañas, murallas, fortalezas, la Naturaleza y los animales. En el culto romano se le llamaba Magna Máter o Gran Madre simbolizando la vida, la muerte y la resurrección. Se le representa con una corona amurallada y acompañada de leones. Estos últimos parten del mito de Melanión y Atalanta compitiendo en una carrera de velocidad. El premio de Melanión era la mano en matrimonio de su propia adversaria. Melanión hizo caer unas manzanas de oro que enajenaron la atención de Atalanta, haciendo que el primero venciera la carrera. Habiendo consumido la competición, consumieron su propio amor en un recinto honorado a Zeus. Molesto por la insolencia, el dios de los dioses los transformó en leones. Cibeles se apiadó de ellos y los unció a su carro que, dotado por los poderes de la Madre Naturaleza, podían subordinar a cualquier bestia.

Ebenezer Scrooge es el protagonista del libro de Charles Dickens un Cuento de Navidad (A Christmas Carol) publicado en 1834. No es un dios y más bien parece el ser humano en su forma más malvada: frío, avaro, cínico, misántropo y repugnado por el espíritu navideño en conjunto. Su transformación virtuosa está atada a las visitas de tres fantasmas navideños en los tres espacios temporales. ¿Se preguntarán que tiene que ver este último personaje con el resto? Pues que asumí el papel de Scrooge en Madrid durante la Navidad del 2009 y opté por fusionar el paganismo con una fiesta cristiana. El resultado fue un Apocalipsis para variar. Como el material peligroso en química, hay cosas que es mejor no mezclar…  


Me dispuse a investigar los cuerpos petrificados de los dioses. Las fuentes de la vida que dan forma a los dioses greco-romanos del Paseo del Prado: Neptuno, Apolo y Cibeles. Puesto que es un culto al paganismo, elijo el día 25 de diciembre para mi cometido. Y por honorar al escritor británico Charles Dickens y su Cuento de Navidad, decido personificar los simbolismos de los tres fantasmas en las fuentes. Por lo que el Fantasma de las Navidades Pasadas sería Neptuno, el Fantasma de las Navidades Presentes sería Apolo y el Fantasma de las Navidades Futuras sería Cibeles. ¿En qué consistiría mi Navidad Pagana como Ebenezer Scrooge?

Me planteo quedarme en la zona encarando cada fuente hasta desvelar la epifanía. Una hora en cada sitio es suficiente. Aunque realmente no sé lo que estoy buscando. Ni tengo idea de lo que me dirán mis fantasmas paganos. Neptuno es el Fantasma de las Navidades Pasadas. Son las diez de la noche. Recorro la Carrera de San Jerónimo de arriba para abajo. Buscando algo de mi pasado, la historia de Madrid o la mitología griega. Mis espíritus están por los cielos. Estoy inspirado. Emocionado. Intrigado por lo que voy a encontrar. No obstante, mis hallazgos son algo opuesto a lo que creía encontrar. Un detalle que observo con minuciosidad en un kiosco cerrado. Se trata de varios recortes de revistas, libros y periódicos. Extractos o retratos de pensadores ilustres para ser más preciso. Me pareció curioso en aquellos momentos que los utilizan para cubrir un agujero del kiosco. Como fontaneros de la estética. Tapando la vanidad de los objetos modernos con soportes y material que resulta obsoleto en la época actual. El simbolismo estaba claro: los intelectuales del pasado se han vuelto papel higiénico para el presente. Lugar donde ahora me dirijo.

Son las once de la noche. Me había pasado una hora divagando en la calle anterior. Encontré el simbolismo justo al final. Mas, en este caso, lo localizo al principio. Apolo, mi fantasma de las Navidades Presentes, me lo cuenta todo. Charlando sobre las decoraciones navideñas que hay a los alrededores. Se atan por cables a los árboles por encima de la fuente y a la fuente misma. Los ornamentos son muy minimalistas. Por no decir pésimos o de mal gusto. Estrellas con una luz fluorescente tirando a cálida. Y un árbol navideño. Todo de metal. Compuesto por las mismas luces de mercado. Sin lugar a duda, el árbol navideño más deprimente que he visto en toda mi vida. Pero lo que más me molesta es el hecho que todo está sujetado por la fuente de Apolo y los árboles reales. Quizá por tratarse de la fuente menos popular de las tres. No sé si por la localización o por el fútbol. El rito madrileño de bañarse en las fuentes tras la victoria de un partido importante. La fuente de Cibeles para el Real Madrid y la fuente de Neptuno para el Atlético. Tuvo que haber un tercer equipo de fútbol para Apolo. Al menos para que se le venere como es debido. Los árboles reales están sin follaje por el invierno. Pero, desde mi perspectiva, parece que la vulgaridad de las decoraciones chupan la vitalidad de la Naturaleza. Y siendo más simbólico, la Navidad había drenado todo el arte pagano hasta la actualidad. Mi inspiración empieza a decaer.

Me dieron las doce de la noche. Ya es día 26. Estoy en el futuro. Después de Cristo. Subo la calle Alcalá con dirección a Sol.  De espaldas a la Fantasma de las Navidades Futuras, Cibeles. No sé si es por tratarse de Navidad o por la hora, pero el simbolismo aparece mientras avanzo. Nihilismo. Apocalipsis. No hay nadie. Camino sólo. Como si sólo existe para mí. Al final de la calle, identifico a cuatro personas. Ninguno tiene una expresión de felicidad. Es parte del panorama general. El mensaje recurrente que veía en el pasado y el presente. Un aviso en realidad. Y se resume en lo siguiente: Si seguimos menospreciando las artes que han constituido nuestro mundo, pronto no habrá mundo alguno. Me da consuelo reconocer este hecho. Pero también me sentía consumido por asco contra la humanidad en general. Irónicamente, al final de mi historia me vuelvo el Scrooge del principio en la historia de Dickens. Por lo visto, mis fantasmas paganos me han transformado a la inversa. Tanto que cuando llego a la Puerta del Sol sólo digo: “BAH! HUMBUG!”

viernes, 13 de abril de 2012

TOLEDO A PUERTA CERRADA


Hércules es hijo de Zeus y Alcmena. Un semidiós que tuvo que luchar desde el nacimiento. Literalmente. Ya que estranguló a dos serpientes en su cuna. Enviadas por su madrastra Hera quien despreciaba todas las infidelidades de Zeus y sus frutos. En la obra de las Traquinias de Sófocles, Hera le provoca locura y Hércules mata a su esposa y sus dos hijos. Para redimirse, se le deparan los famosos Doce Trabajos encargadas por su primo y némesis, Euristeo: 1) matar al león de Nemea, 2) vencer a la Hidra de Lerna, 3) capturar al Ciervo de Cerinia, 4) cazar el Jabalí de Erimanto, 5) lavar los Establos de Augías en un día, 6) acabar con las Aves de Estínfalo, 7) someter al Toro de Creta, 8) domar los caballos de Diómedes, 9) conseguir las manzanas de las Hespérides, 10) robar el ganado de Gerión, 11) adquirir el cinturón de Hipólita y 12) traer del Hades al perro tricéfalo, Cerbero. Es la parte de la historia que conoce mucha gente. Pero lo que poco se sabe es que Hércules pasó por Toledo. ¿Habrá dejado rastro de sí mismo? Es lo que me dispondría a averiguar. Aunque no me esperaba destruir la ciudad en el proceso… otra vez.


Soy el Rey Rodrigo y me encuentro en la Plaza Elíptica de Madrid con destino a Toledo. Una estación muy curiosa, debo decir. Me enviaron aquí desde Méndez Álvaro donde recordaba haber tomado un autobús en mi visita previa. Como el mismo nombre indica, la estación tiene un formato elíptico rodeado por varias ventanas y puertas de cristal. Estas últimas son automáticas y se despliegan lateralmente mediante un sensor de movimiento. Lo extraño es que sólo se abren desde fuera. Para salir, se utiliza la puerta de emergencia. Me urge fumar y no es permitido dentro del Gran Elipse de Cristal. Enciendo mi cilindro y circulo por el aparcamiento subterráneo. Las puertas de cristal se abren ante el Rey Rodrigo, mas no se le permite entrar. Está fumando. Exhalando lo prohibido.

-¡Eh, tú!- me grita un vigilante-. ¿Qué haces ahí?

-¿No puedo estar aquí?- pregunto con indiferencia.

-Entra por esa puerta- responde señalándome una de los accesos movedizos.

Apago el cigarro y me dirijo a la puerta que me señala. Pero la puerta ya no se abre. Ante esto, me indica que tengo que volver a "entrar por la salida". Una ironía que no me atrevo a discutir. Y entro sólo para volver a salir rumbo a Toledo media hora después.

El viaje en bus es muy corto. Y en la hora y media que tardo en llegar, sólo reparo sobre un hecho. La persona a la par mía lee un libro sobre dinero. No de economía o la bolsa. El DINERO, sin más. ¿Quién es esta persona y qué es lo que busca en Toledo? ¿Buscará el mismo tesoro? ¿Aquel que yo, el Rey Rodrigo, pensaba encontrar en aquel Palacio Encantado? Veinticuatro candados. Una espada. Fue lo que tomó saciar mi curiosidad. ¿Cuántas puertas tendría que abrir para llegar al sentido? De momento, sólo se me abrían para salir.

-Nunca nadie osará penetrar en mi recinto- dijo Hércules en un comunicado a los siete magos herméticos.

La noticia del tabú pasó a los oídos del siguiente monarca. Y a los del siguiente. Y a los del siguiente. Hasta que alcanzó los míos. Los que no escucharon. La Cueva de Hércules y sus veinticuatro puertas cerradas por el mismo semidiós en un Palacio Encantado.

Llego a la estación de autobuses para montarme en otro. No quiero perder el tiempo. Desde que piso el suelo toledano, me invade la curiosidad. ¿Dónde está el Palacio Encantado? ¿Fue Hércules realmente un arquitecto? En la Plaza Zocodover encuentro mi primera fuente. La Casa de Mapas de Toledo o Centro de Información Turística. Hay dos personas delante de mí, por lo que decido rebuscar entre los panfletos informativos de Toledo y sus costumbres. El único que llama mi atención es uno sobre el ocultismo nocturno de la ciudad. Lo leo de reojo y me llama la chica de información. Le cuento mi objetivo en la ciudad mas no parece que tiene mucha idea. Creo que cuando alguien presta un mal servicio es por ignorancia y la vanidad de no admitirlo. En este caso, se aplica a la perfección ya que el señor al que atendía anteriormente le dijo cada detalle y cada esquina de la dirección que buscaba. En cambio a mí, me manda a documentarme a la Sala Castilla la Mancha  (un apartado de la biblioteca) situado en el Alcázar. Me indica que cierran en diez minutos y debo encontrar la información en ese margen de tiempo. Obedezco como si no tuviera otro plan. Pero no encuentro nada que ya sabía. Me queda claro que Hera trabaja en la Oficina de Turismo de Toledo. Poco podía sacar…

Regreso a la Plaza Zocodover y me hospedo en el Hostal Maravilla a la par de la misma. Anteriormente, me había documentado sobre posibles lugares que podía investigar. El primero que visito está en la Calle San Ginés Nº 3. Según dos fuentes en Internet, la Cueva de Hércules se encuentra aquí. Descubro en mi mapa que no queda muy lejos de la Plaza Zocodover. Aunque tampoco me molestaría callejear por Toledo y su aroma medieval. Por desgracia, lo que encuentro es un andamio de una construcción y un cartel con las palabras: GEOCISA. Programa del Patrimonio Arqueológico. Cuevas de Hércules. Consorcio de Toledo. Y luego en la puerta: Prohibido el paso a toda persona ajena a la obra.




No me lo puedo creer. Y me niego a aceptarlo. Empiezo a buscar simbolismos en los alrededores. Pero siento que todo es en vano. Incluso cuento las puertas desde el pie de la calle hasta un callejón en “L” que se forma cuesta arriba. Catorce. Contando la puerta prohibida de las Cuevas. Ya no sé qué más hacer... hasta que recuerdo el panfleto del ocultismo, “Paseos Nocturnos por el Toledo Mágico”.  Me siento al pie de las escaleras que conducen a unas puertas adyacentes al andamio. Llamo al teléfono y me contesta un hombre. Voy al grano. Las Cuevas de San Miguel; un artículo sobre el cual me había documentado previamente. Aunque me valdría con el nombre de la calle, por lo visto se necesitaba un guía o un contacto para entrar. Decido apuntarme a la visita de esa noche. Quedo a las diez de la noche en un bar irlandés a la par de la Plaza Zocodover. Puesto que todavía tenía tiempo para matar, decido andar hacia el Cerro del Bu. Lugar donde también se teoriza la existencia del Palacio Encantado. 

Bajo por el Paseo de Cabestreros cuesta abajo con el río Tajo a siniestra hasta llegar a los llamados “rodaderos”.  Lo que encuentro son las ruinas de unos baños antiguos musulmanes de Tenerías. Un viaje largo con pocos resultados.  Encuentro simbolismos mas ninguno relevante para mi anacrónica sobre la Cueva de Hércules. Caracoles blancos y restos de plumas que daban indicios de una paloma emboscada por los gatos numerosos que bosquejaban a mis alrededores. No le encuentro ningún sentido. Incluso intentando asociarlo a lo más parecido: el Sexto Trabajo de Hércules y las Aves de Estínfalo. No obstante, me entero de dos cosas: el Cerro del Bu se encuentra al otro lado del río y su acceso vía el Puente Romano que localizo cuesta arriba en el retorno. Decido postergarlo para el siguiente día y ahorrar energías para el Paseo Nocturno. Regreso al hostal entrando a Zocodover por la calle Miguel de Cervantes. El cansancio me abate todos los miembros. Y el escritor se ríe de mí cuando entro. Pero logro recuperarme durante las siguientes horas.

Son las nueve y cuarenta y cinco y entro al pub irlandés. Me indica el camarero que la O.T.O. (Orden del Toledo Oculto)  que organiza el Paseo, se halla en la segunda planta. Subo y me encuentro con dos guías vestidos completamente de negro. Me dan sus nombres: Gonzalo Rodríguez y Julio César Pantoja. El  Zar y el César. Regentes como yo. En su manera. Pero contrario a mí, son protectores de Toledo. Esta presentación unida a los nombres en la lista de reservaciones, me obligan a dar el mío.

-¿Rodrigo?- pregunta el César con una media sonrisa-. ¿Igual que el Cid?

Asiento con la cabeza para disimular mi verdadera identidad. Después de todo, soy el Rey Rodrigo y ya he destruido Toledo una vez. Como periodista no podía alentar venganzas antes de recibir información. Desciendo a la primera planta a canjear la consumición gratuita que se me obsequia. Pido una pinta irlandesa rubia. En ese tiempo no conocía la Domus Áurea. La mejor cerveza artesanal de Toledo en mi opinión. Indian Pale Ale (IPA) con un aroma y sabor pintoresco y afrutado. Qué lástima. Al menos cualquier cerveza es buena para esperar.

Había mucha gente apuntada. Me percaté cuando nos congregamos todos fuera del bar. Al menos treinta personas. Desde un principio, decido pegarme a mis guías soberanos lo más posible. En camino al primer punto del Paseo, interrogo al César. Indago sobre el Cerro del Bu y la Calle de San Ginés. Me confirma todas las versiones. Incluso una nueva que tomaba lugar en un pueblo fuera de Toledo. Pero ninguna versión certera. Vuelven a mis oídos la entrada secreta vía el Cerro del Bu. Lo apunto como objetivo primario para mañana. Espero que no sea necesario y las Cuevas de San Miguel basten para devolverme mi Palacio Encantado.

Tras varias referencias ocultistas y curiosidades interesantes de Toledo, llego finalmente a mi destino. Las Cuevas de San Miguel se encuentran en la casa de unos pueblerinos. Nos guían a la entrada como si se tratara de una bodega de vinos. El César bromea sobre esto mismo mientras habla de psicofonías. Pasa la bayoneta al Zar quien habla de la famosa mesa de Salomón. Todo muy interesante. Pero estaba ansioso por escuchar la referencia a la Cueva de Hércules. Descendemos más. Enciendo mi grabadora. Espero capturar una psicofonía, una voz… algo. Me daba igual. Yo soy el Forense de Dioses. Cazo simbolismos. No me interesa la realidad o la ficción. Sólo el sentido. Sucede, entonces, al bajar a la cueva más profunda. El sentido posee al César y nos vocifera la historia que ya conocía:


*…Vino un héroe. Un semidiós llamado Hércules. Lo que hizo fue construir un gran subterráneo con sus propios brazos. Y a enseñar lo que él más conocía. La filosofía hermética. La alta magia que luego se conocerá como el arte toledano o ciencia toledana. En la parte superior de esta cueva, construyó un gran palacio presidido por una torre de oro macizo. Hércules sólo dejaba entrar a siete magos cada siete años. A nadie más. Hércules se marcha y deja un primer candado en la torre sagrada. Y un tabú: Nunca nadie osará entrar en mi recinto sagrado. Si hacéis esto, seréis por siempre y para siempre prósperos. Pasa el tiempo y todos los monarcas añaden un candado a la torre sagrada. Candado, símbolo de la protección y la inviolabilidad de los secretos que alberga la Cueva. Toledo se convierte en la capital de un reino. Parece que la gente es próspera. Todos los gobernantes y monarcas respetan el tabú de Hércules. Todos… menos uno: El Rey Rodrigo. Sabido el conocimiento y los tesoros, irá con su gran ejército a la torre encantada. Desvainará su espada y con la empuñadura empezará a romper todos los candados hasta un total de veinticinco. Penetra en el Palacio Encantado y la Cueva de Hércules…*

(*Narración de Julio César Pantoja.
Cuevas de San Miguel en Toledo)

-¿Veinticinco?- pensé-. ¿No eran veinticuatro?

Sé que una anomalía en la historia implica una pista. Algo que pasé por alto. La única que tengo hasta ahora en el paseo nocturno. Puesto que todos mis intentos de grabar psicofonías han sido un fracaso, tendré que ir mañana al Cerro del Bu.

Cruzo el puente romano sobre las diez de la mañana. Hay mucha niebla. Tanta que Toledo parecía desaparecer por momentos. Soy el único que camina. La gente corre. Hace ejercicio. Como si se tratase de un rito al gran semidiós, Hércules. Otros hacen “puenting” o “bungee jumping” desde el Puente de la Degollada. Entre la Vida y la Muerte. Estoy consciente que entro a otra dimensión. Encuentro turistas del más allá. No saben orientarme a mi destino y parecen igual de perdidos que yo. Se me ocurre preguntar en un restaurante de las cercanías. Elegante pero desierto. No hay nadie comiendo. Sale el cocinero. Le pregunto sobre el Cerro del Bu. Me lo señala a través del cristal. Me dice que no hay nada que ver. Ignoro el comentario y me voy sin dar las gracias.

Ando por la acera. Desciendo por un camino hasta el Cerro. El cielo está despejado. La luz matutina ilumina Toledo. Siento que la suerte está de mi parte. Empiezo a subir. Me detengo en una gran concavidad a mitad de la cima. Como arqueólogo de mitos, empiezo a rebuscar entre las piedras. De pronto me vuelvo paleontólogo mitológico y descubro el fragmento de una mandíbula ficcionada entre los restos. Parecía hecho de madera. Pero había una muela incrustada en la base. ¿Real o Ficticio? Poco importaba. ¡Tenía el simbolismo! En mi mano sostenía la prueba de una de las bestias simbólicas a las que se había enfrentado Hércules. El Jabalí de Erimanto; su Cuarto Trabajo. Pero, ¿qué significaba?




Vuelvo a la ciudad por donde había entrado. Es la una de la tarde y tengo mucha hambre. Se me antoja un plato exótico. Lo encuentro en un menú pegado a un escaparate: Ciervo de los Montes Toledanos. Se me hacía agua la boca tan sólo con pronunciarlo. Viene incluido en el menú del día. Muy barato. Muy sabroso. Primer plato, segundo plato, postre y, por supuesto, vino. Salgo flotando de aquel lugar. Pero no dejo de perder de vista mi objetivo. En la misma calle del restaurante, se encuentra el Museo de Santa Cruz. Lo había visto previo a mi festín. Pero opté por la gula. Intento pedir el consejo de algún experto. Alguien que pueda indicarme que, en efecto, se trata del molar de un jabalí. Pero el museo estaba cerrando. El Dependiente, mayor y sabio en apariencia, me aconseja que vuelva mañana. Le digo que es mi último día y no puedo esperar más. Toma mi hallazgo en sus manos y responde con las peores palabras imaginables. Claramente disfrazadas en un comentario inocente.

-La mandíbula de un ciervo- me dice poco sorprendido-. ¿La has encontrado en los montes?

Asiento con la cabeza y no digo más. Me repite que vuelva otro día por si quería una segunda opinión. Pero sus palabras ya me habían golpeado con la epifanía del error. No era el Cuarto Trabajo de Hércules. Era el Tercero. El Ciervo de los Cuernos Dorados. ¡Y me lo he comido! ¡Me he comido el simbolismo! Cervantes vuelve a reírse de mí cuando entro a Zocodover. Pero la pista seguía viva en mí. Me siento más feliz, más valiente y más lúcido. ¿Será el sentido o el vino? Da igual. La respuesta es simple. El número 25. La Nueva Puerta. Repetir la historia.

Me dirijo a la Calle San Ginés a toda marcha. Es el momento. El Rey Rodrigo debe cruzar la puerta prohibida una vez más. Aquella cercada por el andamio. ¿Será el final de Toledo? La primera vez que desafié el tabú de Hércules, encontraba un cofre con un manto maldito. En el mismo se tallaban figuras cosidas que presagiaban la caída de Toledo a manos de los moros. Y así sucedió. Pero la curiosidad me mataba. Tengo que volver a intentarlo. Atravieso el andamio hasta la puerta. Desenvaino mi espada ante la cerradura y…

-¡Eh tú!- me grita un toledano desde atrás-. ¡Qué haces ahí!

Enlaces:

Orden de Toledo Oculto: http://www.paseostoledomagico.es/

miércoles, 4 de abril de 2012

EL FIN DEL TIEMPO


Dentro de todo lo que aprendí en mitología, siempre tuve una fascinación por el dios Cronos. Una figura que emitía ambición y poder desde su nacimiento. En los mitos, castró a su padre Urano separando el Cielo de la Tierra. Desposó a Rea y tuvo seis hijos: Zeus, Hera, Deméter, Poseidón, Hades y Hestia. Gobernó sobre los demás dioses y la humanidad en lo que llegó a considerarse la Edad de Oro.  Mas, temiendo ser destronado por su descendencia, los degulló. Todos salvo a Zeus que Rea había ocultado y reemplazado por una piedra. Zeus fue criado en Creta en clandestino por la leche de la cabra Amaltea. Cuando llegó a una edad madura, desafió a Cronos y los titanes obligando al primero a vomitar a sus hermanos. Se proclamó nuevo Rey del Olimpo y condenó a su padre a la región más infernal de todas: el Tártaro. Mi interés por la historia me hizo adoptar el pseudónimo de escritor, Cronos Carpio. Y en mi viaje a Grecia, realmente llegué a ser la reencarnación del titán. Mi anacrónica ateniense. Lo que no sabía era que se trataba de mi propia muerte.


EL FIN DEL TIEMPO

Era la última semana del año. Iba en un avión rumbo a Atenas cuando empecé a sentir una náusea repentina. Mi amigo Juan Coyoy me comentó tener la misma sensación. Culpaba la comida del avión. Pero le rectifiqué que se trataba de algo más profundo. Hasta ese punto, no teníamos idea de adónde íbamos, no teníamos reservaciones en ningún hostal, no conocíamos el idioma, habíamos gastado casi todo nuestro dinero en los pasajes y no había ninguna persona a la que podíamos recurrir si algo llegara a pasarnos. Juan me dio la razón pensando que me refería al miedo. Pero sentía en mis entrañas el presagio de un mal más allá de la realidad... mis hijos me daban indigestión.


Cuando llegamos al aeropuerto, todo parecía marchar bien. El avión aterrizó sin problemas, pasamos la aduana y conseguimos las maletas. Incluso nos dieron información para llegar a la Plaza Syntagma en el centro de la ciudad. Un autobús justo afuera donde el resto de turistas se aglomeraban. Mientras esperaba, se me acercó un ateniense y empezó a hablarme en griego. Su helénico iba a tal velocidad que no me daba tiempo para interrumpirlo y decirle que no hablaba su idioma.

-I don’t understand- dije finalmente aprovechando una pausa.

-I’m sorry- respondió sorprendido-. I thought you were greek.




Era el primer simbolismo: “Pensé que eras griego”. Se me tatuó en la mente a lo largo del viaje. Como una especie de maldición que me perseguiría desde ese momento. Era Cronos. Y lo que me esperaba como una bienvenida grata pronto se transformaría en mi Tártaro.

Nos subimos al bus y llegamos a la Plaza Syntagma. Fue alrededor de media hora pero sentí que pasó una eternidad. Cuando nos bajamos, nos sentimos un poco perdidos.  Afortunadamente había mucha gente de relaciones públicas para guiarnos a los negocios correspondientes. El que se prestó a ayudarnos era de origen egipcio. Su nombre era John. Era alto, con gorra, de tez negra y muy simpático. Intuíamos que podía atracarnos o conducirnos a la perdición. Pero, en aquel tiempo, no creíamos tener otra opción.

John El Egipcio nos llevó a una agencia de viajes. Algo que nos pareció extraño después de haber llegado del aeropuerto. Ahí nos atendía un griego Bigotudo. Desde que llegábamos, no hacía otra cosa que intentar persuadirnos para hacer un viaje por las famosas islas. Cuando intentamos explicarle nuestra situación económica, intentó vendernos un viaje de un día. Era intrigante. Aunque era algo que no podíamos permitirnos. Puesto que se había portado tan bien con nosotros (y por “bien” me refiero a las dos cervezas que nos regalaron) le dijimos que nos lo pensaríamos. El Bigotudo habló unas palabras en griego a John El Egipcio y éste nos hizo señas para que le siguiéramos. Continuó a guiarnos por la capital de la ciudad helénica, aportándonos datos de la cultura callejera.




Nos indicó que el Ouzo es más barato que la cerveza (un licor anisado con la fuerza del Absenta), que nunca entremos en un Love Pub (una especie de burdel donde la gente puede salir apuñalada) y que había un hostal más barato que se llamaba “Theseus Hostal” (cerca de la calle principal, Ermou). Fue algo muy humanitario de su parte. Sobre todo, respecto al hostal. Pues no pertenecía al Bigotudo ni a su plan de desplumarnos económicamente.

A éste vimos luego en un restaurante pequeño que quedaba justo enfrente del hostal. No era el Theseus ni era el dueño. Aunque por las manera que se comportaba en el restaurante, parecía ser dueño de este último. Supongo que quería mantenernos localizados para seguirnos presionando. Afortunadamente, tanto Juan y yo éramos más astutos. Salimos a primera hora para instalarnos en el Theseus Hostal que logramos localizar en Internet sin dificultad. Pensaba todo el tiempo encontrarme con el Bigotudo, la Señora del primer hostal y John El Egipcio, pero no fue así. Más bien nos encontramos con Mike El Minotauro.

Pensaría uno que Mike era americano. Y por el mote que le he puesto, que era una bestia mitológica. En realidad era el griego encargado del Theseus Hostal. Un personaje muy extraño. Especialmente por una peluca gris de segunda mano que escondía pobremente su calvicie. Más adelante, lo escuchábamos cantando música rembética con un micrófono. Pese a estas características, era una persona muy amable. Nos ofreció la mitad de lo que estábamos pagando en el otro hostal. Una ganga ya que sólo gastaríamos 10 euros al día (supongo que era una mala época turística para Atenas en general). 

Además de Mike El Minotauro, conocimos a otros personajes dentro del hostal. Niko (un chipriano que, aparte de guiarnos y traducir por nosotros, nos enseñaba piropos y malas palabras en griego); Amber (una inglesa rubia un poco mayor pero que tuvo que haber sido muy guapa en su tiempo); Yuk (un japonés que bebía Ouzo todas las mañanas y leía un libro sin hablar con nadie). También habían dos Hermanas Americanas cuyo nombre no recuerdo (una atractiva que me gustaba y otra menos atractiva que siempre me llamaba “Rodríguez”) y la Parca de San Patricio (un irlandés que tampoco recuerdo por nombre con pelo largo, barba, de unos cincuenta y tantos, siempre borracho y con numerosos tatuajes de la muerte en sus brazos).




En Navidad salimos todos juntos a cenar en la zona de Monastiraki. Era realmente lo que buscaba: una Navidad del Paganismo. Algo diferente a todo lo que había visto. Lo percibía por cada uno de mis sentidos. Ese olor a gyros, la música rembética, los bailes atenienses, el material de las mesas al tacto; todo era tan diferente. Posteriormente salimos de fiesta. Intenté cortejar a la americana atractiva pero se acabó yendo con la hermana. Me molestó que fuera la atractiva la que se despidió de mí llamándome “Rodríguez”. Me empecé a deprimir. Mas luego recordé los simbolismos. No era Rodrigo en aquel entonces. Era Cronos. Y no podía deprimirme en Grecia. Decidí invertir mi pesar. Y bailé solo. Sin parar. Sincronizándome con la música y alcanzando otra dimensión corporal más allá de los propios oídos. A la velocidad de la luz… ¡en control de todo el tiempo! Mi exhibicionismo me ganó el teléfono de una camarera griega del sitio. Es increíble lo que cambia el estado emocional. No el que uno siente, sino el que uno proyecta. Lamento no haberla llamado. Sobre todo por el Infierno que me esperaba.

Reitero que Juan y yo teníamos muy poco dinero. Tan pobres que sólo podíamos permitirnos comer espaguetis con tomate. Los cocinábamos en el hostal y nos comíamos dos platos al día. No eran porciones muy grandes por lo que siempre pasábamos hambre. Hubo veces que recurrimos al robo. Juan distraía al vendedor mientras yo robaba comida y viceversa. No es algo de lo que estoy especialmente orgulloso. Pero mi sentido moral se perdía en el hambre. Había veces que realmente la pasaba mal. Especialmente al atravesar Monastiraki y percibir ese olor a gyros y kebab (que, según los griegos, también es invención de ellos). Otras veces bromeaba con Juan comiendo tréboles en las regiones más boscosas y me tomaba fotos tituladas, “Cuando se te acaba el dinero”. Amber nos había dicho que ir con poco dinero era el fundamento de unas buenas aventuras. Nos contó que estaba casada con un árabe de mucho dinero. Pero siempre iba a los hostales para conocer gente. Estoy muy de acuerdo con esta filosofía. Pero mi caso en Atenas tenía otra razón de ser. La encarnación del dios Cronos, quien habiéndose comido a sus hijos, era castigado en el corazón de Grecia pasando hambre.

No era lo único de mi Averno simbólico. Recordé las palabras del ateniense en el aeropuerto: “Pensé que eras griego”. Creo que no hay mayor pesar para un dios que ser olvidado. Borrado de la mente de los mortales. El exordio sutil de este simbolismo empezó en las tiendas turísticas. Había varias estuatillas de dioses griegos mas, por alguna razón, Cronos no se hallaba entre ellas. Se lo preguntaba a todos los vendedores (griegos, por cierto) y nadie sabía quién era.  El padre de Zeus, el dios del tiempo, el titán, el personaje más importante de la Teogonía de Hesíodo; les sonaba como el griego para mí. Volveríamos a encontrarnos este hecho cuando visitamos el Templo de Zeus. El Templo de Cronos y Rea estaba justo a la par. El que más me interesaba visitar después del Partenón y la prisión de Sócrates que ya habíamos atendido. 

En cuanto a mi Templo, resulta no sólo que se me impedía el paso por las preparaciones Olímpicas, pero no era digno de visitar. Se podía vislumbrar desde el Templo de Zeus a través de una malla. No eran ni siquiera ruinas. Parecía una obra en construcción que perdió el presupuesto en los primeros meses. Aparte había llovido esa mañana y estaba lleno de charcos sucios. Era algo impresentable. Pero me percaté en esos momentos que era mi hijo quien me humillaba desde su propio Templo.




El clímax de mi inexistencia llegó a fin de año. El detonante fue el aguardiente ya mencionado; sabor anisado y blanqueado con agua: el Ouzo. Hasta ese día, Juan y yo nos habíamos bebido media botella por cabeza alcanzando estado etílicos satisfactorios. No obstante, para los alcohólicos ignorantes que lo consideran poco reto, enfatizo que el Ouzo (y cualquier licor fermentado del anís para ese hecho) contiene alrededor de 60 grados de alcohol. En noche vieja, los guatemaltecos optaron por una botella entera obviando este tema. En nuestro auge de ebriedad, volvimos al hostal unos momentos ya que Juan no podía más. Intenté convencerlo de salir a la plaza y celebrar el año nuevo (todavía eran las once y media). La ironía fue que yo tampoco llegué a ver las doce. Más adelante lamentaría no haberme quedado en el hostal como Juan.

Cuando desperté, estaba en el hospital. Había un tubo conectado a mi brazo y tenía una herida en la cabeza. En la cama de la par estaba el japonés misterioso, Yuk.  Provisto que ya había tenido dos experiencias similares, no resultó ser una noticia traumatizante para mí. El hecho que no era el único me daba un alivio mayor. Aunque al poco tiempo descubría que en realidad me estaba cuidando. Me parecía un acto tan honorable que no me lo podía creer en un principio. De hecho es algo que se encuentra reflejado más en la cultura de oriente que en la de occidente. El único problema es que mi cartera no estaba. Por alguna estúpida razón también había sacado mi pasaporte; otro elemento que tampoco apareció en mis bolsillos. En aquel estado semi-borracho, permanecía una sensación positiva en mi ser. Como si mi cartera y mi pasaporte estaban a salvo en algún sitio. La sensación negativa comenzó al percatarme que no lo estaban.

Le agradecí a Yuk por ayudarme pero no sabía nada sobre mi cartera y mi pasaporte.  También lo había preguntado en el propio hospital. Negaron tenerlos y me hicieron firmar una constancia que les absolvía de toda responsabilidad. Yuk había mencionado a una gente pakistaní y una ambulancia que vino a traerme. Más adelante me lo confirmaría Amber con su acento inglés sofisticado. Por lo visto los pakistaníes nos empujaban a Yuk y a mí entre la multitud de lo que, según mi entender, era otra multitud de pakistaníes bailarines. En uno de los empujones (o quizá por mi propia inercia alcohólica) me caí y me abrí la cabeza. Llamaron a una ambulancia que se adentró en la Plaza Syntagma y me sacó de ahí entre toda la multitud del año fresco. Un hecho extraordinario que ni siquiera recordaba. Pero me parecía verosímil debido al Infierno que asumía en esos momentos.

Cuando llegué al hostal, Juan estaba despierto. Le conté un resumen de mi tragedia mientras rebuscaba frenéticamente la habitación por los objetos perdidos. El martillo de la verdad cayó sobre mi cabeza en aquellos momentos y acepté el hecho que estaban perdidos. Pero esa aceptación iba acompañada de una epifanía suicida: Soy Cronos, estoy en Grecia y no tengo identidad. Me resultó humillante y era una idea con la que sentía que no podía vivir. Me até las cintas de los zapatos y me puse la capucha del suéter skater rojo que vestía la mayor parte del tiempo. Juan se percató que me preparaba para salir y me preguntó hacia dónde me dirigía. Consumido en la metafísica depresiva de mi ego, confesé simplemente que me dirigía a la muerte.




Salí del hostal sin mirar atrás. Como si estuviese programado para extinguirme. Iba a paso acelerado pero Juan no me perdió el rastro. Gritaba mi nombre varias veces y supongo que todo el tiempo se preguntaba, “¿Adónde irá este loco?” Yo mismo no lo tenía muy claro. Mi instinto suicida era lo único que me guiaba. Desde mi perspectiva, todo parecía caótico. Como si estuviese poseído por la Muerte misma y era ésta la que me indicaba cómo iba a morir. No obstante, había un gran sentido psicológico detrás de mi locura. Algo sugerido por mi subconsciente egocéntrico fatalista de un recuerdo previo.

Se trataba de un cartel que ponía la palabra “CRONOS” en letras griegas. Parecía una tienda de alimentación que siempre estaba cerrada. No tenía nada de especial. Mas era el único lugar donde veía mi nombre. Frente a la tienda, había un bar llamado “House of the Rising Sun”. La canción de los Animals con la que a menudo me sentía identificado. Quizá porque trataba de la decadencia, la perdición y la muerte. Tres cosas que corrían por mis venas en aquellos momentos.  Mientras me acercaba, todo me pareció más evidente. ¡Quiero beberme hasta la tumba viendo mi nombre en letras griegas! Sin hospital o amigos para salvarme. Me arrepentí de habérselo dicho a Juan. Sobre todo porque era un buen amigo y no me dejaría llevar a cabo mi cometido apocalíptico. Con lo que no contaba era que el bar de mi muerte también estaba cerrado. Me petrifiqué ante esta imagen. Sintiéndome más humillado y perdido que cuando salí del hostal. Mi mente simbólica seguía atormentándome. Me senté sobre la acera y rompí a llorar frente a Juan que finalmente me alcanzaba para decirme, "Olvidaste tu cigarro". La tienda de Cronos cerrada. El bar de mi muerte cerrado. ¿Qué significaba? Pues algo muy sencillo: Había muerto mi inmortalidad. Pero el final de una cosa es siempre el comienzo de otra. Y la muerte de Cronos fue el nacimiento de la anacrónica.




Dibujos por Juan Eduardo Coyoy 

Enlaces:

Mitología griega: http://www.guiascostarica.com/mitos/grecia.htm
Guía de Atenas: http://www.grecotour.com/atenas/
La Revelación: http://www.larevelacion.com/Mitologia/Crono.html