viernes, 15 de junio de 2012

LAS NOCHES MÁS OSCURAS DE MARRAKECH III

PREMISA: Estuve en Marrakech siete días en agosto del 2011. A cada día corresponde una camiseta de un Cuerpo de Linternas en acorde a la primera emoción que sentía por la mañana. Luego emprendí en rutas turísticas determinadas intentando conservar y explotar la emoción que tocaba. Enfatizo que ninguna de las camisetas fue preseleccionada. Lo que sentía ese día, vestía.  Eran meras pautas para condicionar mi dialéctica e interacción con la gente de una manera u otra. A nivel personal, era una búsqueda por encontrar mi emoción en el Espectro Emocional. Tenía seis camisetas y vestí la emoción ganadora en mi retorno el séptimo día. Ah… y otra cosa… como el mismo nombre implica, mis noches fueron demasiado oscuras para ser contadas. Con lo cual, la narración será de la aurora al crepúsculo. Lo que hice por las noches, me lo llevo a la tumba... 

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MIÉRCOLES: EL SULTÁN NARANJA

Qué locura… ¿cuánto dinero me habré gastado anoche? Es lo que tiene perder el amor, la compasión y la esperanza.  Auto-destrucción. Me percato que gastar dinero es otra forma de morir. Desde el punto de vista del darwinismo social, la pobreza equivale a la extinción. Tengo que apretarme el cinturón un poco. Sobre todo para ir a la parte más mercenaria de Marrakech: la Plaza Jamaa el Fna.

Decido caminar nuevamente. Esta vez no es por esperanza, conocimiento o heroísmo. Sencillamente no quiero gastarme más dinero. Visto la camiseta naranja de la avaricia y me coloco la chilaba encima. Pese que ayer se trataba de un simbolismo allegado a Superman y las kriptonitas, encuentro uno mejor esta mañana: La Noche más Oscura. Tiene todos los colores del Espectro Emocional. Salvo dos. El amarillo y el rojo. Uno de ellos ya lo había vestido y el otro estaba pendiente de percibir. No sé qué significa su ausencia en la chilaba y qué pasará si la visto con un color que no aparece en ella. El hecho es que no lo podía saber hasta sentirlo y vestirlo.

Salgo del hotel a las nueve de la mañana. Camino por la Avenida Mohammed V (ayer transité la avenida Mohammed VI). El hábito de caminar se me da fácil. Aunque tampoco implica que es cerca. Camino y camino. Cruzando calles al estilo marroquí. Da igual que haya semáforo o vía libre para el peatón. Se atraviesa viendo a la izquierda, avanzando hasta el centro, viendo hacia la derecha y cruzando hasta la otra acera. Hay que ser muy cauteloso al cruzar cualquier calle. Incluso en las pequeñas te sorprendende una moto o un ciclomotor.

Alcanzo la Plaza 16 de Noviembre y descubro un ambiente más turístico. En realidad, franquicias americanas como McDonalds, Pizza Hut y KFC. Empiezo a imaginarme la Plaza Jamaa el Fna como otro producto de las multinacionales y la globalización. No tardo mucho en llegar a las murallas de la Medina. Me adentro en el casco viejo. Sigo andando hasta encontrarme con la Mezquita de la Koutubia. Un esplendor arquitectónico para mí. Estoy demasiado acostumbrado a ver iglesias cristianas. No obstante, me llamaron más la atención los jardines anexos a la misma. Doy la vuelta a toda la obra musulmana hasta dar con ellos. Aprovecho para descansar de mi largo viaje a la sombra. Desde entonces, ya me vienen acosando tres marroquíes. Un aguador, un mendigo y un astuto que desea sacarse algo con su amabilidad. Ya tengo la voluntad para rechazarlos a todos. Curiosamente, todos aceptan mis negativas y no son insistentes. Pero no es eso lo que me preocupa.


En mi estancia hasta ahora, me percato que tres cuartos de la gente a la que había pagado nunca me da cambio. Cuando lo solicitaba, siempre me venían con una excusa; la propina, no tengo, es el precio del aeropuerto, etc. Me irrita. Saber que me están quitando mi dinero. Antes de salir esta mañana, había estudiado cada moneda de dírham para no sentirme tentado a pagar con billetes por pereza. Se clasifican en monedas de diez, cinco, uno, medio (o cincuenta) y veinte. No sé si siguen bajando a diez, cinco y uno ya que no dispongo de ellos en aquel momento. Pero una cosa tengo clara: no quiero que me estafen más.

Me dispongo a entrar en la famosa Plaza. Mis expectativas y aquello que me imagino es completamente distinto a lo que me encuentro. Ídem, mi experiencia en la Menara. Cuando entras, hay varios taxistas y carros de caballos aparcados. Estos últimos desprenden una peste que me remiten a mi niñez y al zoológico de mi país. Meados y cagadas impregnados en el aire. Es una introducción a lo que vería más adelante. Mi primera impresión cuando entro es de confusión, pues, no sé si me encuentro en el lugar correcto. Me niego a preguntar. Más que todo porque no quiero que me quiten mi dinero por preguntarlo. En mi guía había leído que por la mañana la Plaza está llena de carros de fruta, cuentistas, videntes, encantadores de serpientes, etc. Veo los carros de fruta solamente. Y me imaginaba que serían más. Me pido un zumo de pomelo en uno de los carros. Cuesta diez dírhams según el letrero. Le digo al vendedor en francés:

-Diez dírhams, ¿verdad?... Diez dírhams, ¡verdad!... DIEZ DÍRHAMS, ¿¡VERDAD?!

No me responde y exprime los pomelos sin más. Por desgracia, no tengo los diez dírhams sueltos. Me había comprado una botella de agua con los últimos que disponía en camino a la Medina. Le pago los veinte y no me devuelve nada como de costumbre. Cuando aludo al precio con irritabilidad, ¡me dice que costaba otros diez dírhams exprimirlo! Me bebo el zumo de un trago, resoplo y me voy disgustado. Discrepo varios puestos donde un grupo de marroquíes tocan instrumentos coloquiales. Busco el café más cercano. En realidad, una heladería donde me pido una Coca Cola negociando previamente el precio. Lo vuelvo a repetir tres veces. El camarero que me atiende me pone cara de, “¿Y este loco?” Empiezo a escribir un poco decepcionado. Tomo mi bebida con tranquilidad cuando un hecho a la distancia llama mi atención. Un encantador tocando frenéticamente ante una cobra. El tiempo pasa y me pido otra Coca Cola. También aparece un marroquí con varios macacos. Me entra nostalgia por los personajes de mi novela, Evolucionaria. Me voy de la heladería sin pedir helado. Finalmente me dan el cambio correcto. Ya no hay ninguna duda en mi mente. Estoy en la Plaza Jamaa el Fna.

Ubico la zona famosa de los Zocos. Ni me llama la atención adentrarme en ellos. No tengo interés por comprar algo, gastar dinero o aguantar la pesadez de los vendedores. Opto por ir al sur de la Medina donde se encuentra el único barrio judío. Apenas emprendiendo en este rumbo, percibo varios aromas y la música árabe que había escuchado previamente. Mas esta vez, proviene de las tiendas. Una cantidad descomunal de cintas y CDs a la venta. La peste de la entrada se reemplaza por el olor a especias. Polen aromático buscando flores sin condimento. Los vestuarios musulmanes mezclados con turistas de todo el mundo complementan el aspecto humano del lugar. Lo que me parecía irritante y decepcionante en un principio, resultó ser el ambientador general de un sitio que, a primera impresión, no tiene nada de especial.

Camino hacia el sur por calles sin nombre. Aunque no me haya venturado en los Zocos, noto un ambiente familiar por donde camino. Vendedores de especias, metales, alfombras, música y pieles. Hay un momento que incluso atravieso una calle dedicada completamente a la venta de accesorios para vehículos. Me percato que Marrakech mantiene el aspecto gremial de la Edad Media. Lo más importante a nivel personal es que ya no siento ninguna especie de miedo a los árabes. Incluso sintiéndome perdido y sin turistas como en aquellos momentos. Se lo debía a mis noches…

Por fortuna, la Puerta de Bab Ag-Nou me vuelve a ubicar en el mapa. Contemplo la Mezquita de la Kasbah y me tomo unos segundos para descansar en la sombra. Justo entonces, se me acerca una mujer marroquí en una moto a preguntarme sobre las Tumbas Saadíes. Le confieso que es uno de mis destinos. Percibe mi desconfianza y me asegura que no es una guía falsa. Me orienta hacia las mismas y se va sin pedirme nada. Me adentro en el callejón oculto que me señala y la vuelvo a ver guiando a otros turistas. Es obvio que trabaja para el sitio. Sobre todo por haberme dicho que era gratuito y costaba diez dírhams. Lo pago con cierto resquemor y accedo a las tumbas.


El sitio es pequeño pero muy interesante. Aparte del detalle minucioso de la arquitectura musulmana, lo que más llama mi atención es la temperatura del ambiente. No se permite la entrada directa. Pero hay una especie de balcón invertido hacia dentro donde se pueden contemplar las tumbas. La climatización en el interior es incluso más agradable que el aire acondicionado de mi hotel. En ese momento, siento el primer presagio a la Noche Más Oscura. Sencillamente, encuentro serenidad en el clima de la muerte.


Mi siguiente objetivo es el Palacio de Bahía. Mas, por las dialéctica de la aventura, derivo en el Palacio Badí por accidente. ¡Y qué accidente más maravilloso! La entrada cuesta diez dírhams como de costumbre. Esta vez le saco al dependiente el cambio exacto. Otro dependiente me mira mientras cuento. Le sonrío. Es medio día y el sol desértico me empieza a afectar. Comprendo finalmente la moda árabe y por qué la mayor parte de los vestuarios cubren el cuerpo entero. Concretamente, la nuca. Percatándome que el Palacio Badí no dispone de ningún tipo de sombra, me quito la chilaba y la camiseta en un espacio discreto. Ato la segunda a mi cabeza. Mi nueva apariencia árabe me refresca. Aunque no caigo en que ahora tengo la avaricia en la mente. Y empieza todo con la vista panorámica del Palacio. Estando ahí arriba, no me lo puedo creer. Es de los pocos momentos de mi vida donde realmente deseo una cámara. Hasta ese momento, no me había sorprendido nada. Sería un recuerdo archivado en mi memoria para toda mi vida. Pero no es suficiente. Quiero que sea… que sea... míooooooooooo. Me siento poseído por un egoísmo exagerado. Bajo a la estructura central. A pocos pasos de salir, me tropiezo con una PIEDRA. En realidad un fragmento antiguo del piso que desencajo del suelo por accidente.

-Tendrás que pagar 5 millones de dólares- bromea un turista americano.

-¡Te lo has cargado!- me mofa una turista española.

-Debería quedármelo- respondo con cinismo.

-Sí- agrega la última-, deberías.

Ni siquiera me lo pienso. En cuanto la muchedumbre turista se escapa de mi vista, meto la PIEDRA en mi bolsillo. Es tan negra como la Noche. Una mezcla entre un azulejo y la consistencia del ónix. Contemplo el resto de la magnificencia arquitectónica con felicidad. Como si tuviera el poder del Palacio en la palma de mi mano. Pero me abate un remordimiento profundo más adelante. Un gato negro. Mi única superstición. Tuve una mala experiencia en Francia con uno que me cruzó el paso. Pero éste sólo acecha las ruinas en paralelo. Una advertencia por si me llevo aquella... PIEDRA. La que no pienso devolver. ¡Es mía, Mía, MÍA, MÍAAAAAAAAAAAAA!!!!!!

Accedo a las ruinas en sentido contrario a la entrada. Sigo disfrutado del esplendor que siento poseer. Soy un sultán. Es mi Palacio. Y toda la gente que entra son mi propiedad. Esclavos de mi voluntad. ¡MÍOS! Mi sueño se ve interrumpido por un coro de musulmanes que empiezo a escuchar en los alrededores. Tan potente que parece repercutir en el mundo entero y todas las galaxias hasta mi PLANETA Okaara. No sé si es por el Ramadán, las oraciones musulmanas tradicionales o mi delirio de grandeza, mas pronto un megáfono dentro del Palacio amplifica el coro. Trastocando el anterior a un segundo plano. En aquel estrecho pasillo donde puedo visualizar el megáfono, interpreto que el Palacio mismo me advierte que no puedo llevarme la piedra. Decido ceder a los simbolismos y la devuelvo su sitio. Sobre todo porque realmente quiero el PALACIO.



Regreso a la Plaza Jamaa el Fna a comerme un cous cous. Mientras saboreo aquel plato, me viene la anagnórisis. El ambiente de Marruecos me ha poseído culturalmente. Sin darme cuenta siquiera. Visto como árabe, me alimento como un árabe y veo el mundo como un árabe. Incluso la Plaza que antes despreciaba me parece algo familiar y acogedor. Por un instante, me siento como otro marroquí. Eso o simplemente quiero poseer el espíritu mismo de MARRAKECH.

El regreso a la Guéliz no es igual que la ida. El sol ruge con toda su furia y mis pies me duelen de tanto andar. Mi avaricia no me abandona. Y me niego a pedir un taxi. Me detengo en cada sombra que encuentro. Bebo agua y me la echo en la cabeza. Recreando un oasis urbano… y tacaño. Siento que voy a morir. Pero prefiero la muerte que gastarme otra MONEDA. Aguanto, camino y persevero. Llego a mi hotel. Dejo mis cosas y me voy directo a la piscina. Hay cinco mujeres solas tomando el sol. Pero estando en la piscina, me entero que tengo BILLETES en el bolsillo. Me importa más subir a secarlos a mi habitación. No es de extrañar que hay veces que el lavado de dinero es más importante que el sexo casual.

Llega la tarde y salgo a comer. Me entero más sobre el Ramadán. Entiendo que se rompe a la una durante el día y a las ocho durante la noche. Son las siete y no quiero esperar. Camino hasta la Plaza 16 de Noviembre para poder comer. Por lo visto, el Ramadán no se aplica a McDonalds. Empiezo a fumar en el camino. Me percato que no tengo mis llaves del hotel. Pero sé que hay siempre alguien en recepción. Intento obviar este descuido con una curiosidad del mismo tabaco. Lo compré en la Plaza Jamaa el Fna tras abrir mi CARTERA con alicates. La marca es Marvel. La competencia de DC en el mundo de los comics. “Qué ironía”, pienso. Aunque me hace más gracia la publicidad que puede hacerse para la marca. “Fumar puede matar… salvo si eres un superhéroe. Cigarrillos Marvel”. Me río solo. No me importa la gente de mis alrededores. Marroquíes o turistas. Me como mi hamburguesa con tranquilidad hasta el crepúsculo. Decido sacar dinero como última tarea del día. Pero cuando llego al cajero, lo inesperado… ¡se queda con mi TARJETA! Y se hace de noche...



Enlaces:

Larfleeze wiki: http://es.wikipedia.org/wiki/Larfleeze
Frases sobre avaricia: http://www.citasyproverbios.com/citas.aspx?tema=Avaricia
La avaricia: http://nodulo.org/ec/2004/n028p03.htm
El Palacio Badí: http://www.mundocity.com/africa/marrakech/palacio-badi.html

viernes, 8 de junio de 2012

LAS NOCHES MÁS OSCURAS DE MARRAKECH II

PREMISA: Me hice camisetas con el color y símbolo de cada Cuerpo salvo los Blue Lanterns, las Star Sapphires, la Indigo Tribe y los White Lanterns. Para ser sincero, se me ocurrió la anacrónica después de hacerlas. Pero improvisé dos vestimentas en el viaje; una que unificaba las primeras tres en un invitado especial y una vestimenta coloquial que me acompañó desde el comienzo para el cuarto Cuerpo. Estuve en Marrakech siete días. A cada día corresponde una camiseta de un Cuerpo de Linternas en acorde a la primera emoción que sentía por la mañana. Luego emprendí en rutas turísticas determinadas intentando conservar y explotar la emoción que tocaba. Enfatizo que ninguna de las camisetas fue preseleccionada. Lo que sentía ese día, vestía. Eran meras pautas para condicionar mi dialéctica e interacción con la gente de una manera u otra. A nivel personal, era una búsqueda por encontrar mi emoción en el Espectro Emocional. Tenía seis camisetas y vestí la emoción ganadora en mi retorno el séptimo día. Ah… y otra cosa… como el mismo nombre implica, mis noches fueron demasiado oscuras para ser contadas. Con lo cual, la narraciones fueron de la aurora al crepúsculo.  Lo que hice por las noches, me lo llevo a la tumba… 

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MARTES: SUPERMARROQUÍ

Me sorprendo a mí mismo a veces. Las maldades de las que soy capaz. No siempre he sido así. Soy una buena persona. Desde niño. Creyente en los altos valores que a día de hoy se menosprecian.  Pero va unido a la frase en Batman: El Retorno del Caballero Oscuro. La película; no el comic. La parte donde Harvey Dent dice: “Mueres un héroe o vives lo suficiente para ver cómo te transformas en villano”. Es verdad. No creo que haya dejado de ser la buena persona que soy. Sencillamente uno sufre demasiado y acaba sucumbiendo a la indiferencia por sobrevivir. Y la indiferencia no es otra cosa que el mal.  Anoche lo confirmé…

Casi no he dormido. Me vino como un golpe al pecho aquello de lo que me escapaba. Aquella(s) de la(s) que me escapaba. A nivel individual y universal. Siempre la misma historia. Sueño a menudo con el mundo que hubiera tenido. Con la última, con la primera… aquellos amores perdidos. Donde colocas mal una carta y se derrumba el castillo de naipes. Tan perfecto y frágil a la vez… el amor. Ya de nada sirve. Sea correspondido o no. Un final Casablanca. Ella viajando hacia una dirección y yo en la dirección contraria. Ella con alguien y yo sin nadie. Mi destino es, por tanto, el desamor.

Me medico al poco tiempo. Escucho una voz en mi interior que me dice, “Todo va a estar bien… todo va a estar bien”. Pero me sigo atormentando a mí mismo. Todos los momentos desaprovechados. Empecé siendo un hombre normal. De los que busca la felicidad. Ahora no sólo creo que no pueda sucederle a alguien como yo, sino que declaro sinceramente que no existe dicho concepto. Es un ideal. Violado en la realidad. Vuelto corriente y obsoleto en cuanto se posee. Y en esa dialéctica infernal, sólo un ideal puede sobrevivir. La Esperanza. Me tomo otra pastilla y digo en voz alta, “Todo estará bien… todo estará bien”.

Mi remordimiento como villano me hizo ver que debía expresar mi naturaleza auténtica: la Bondad. Ser compasivo mas conservando el carácter fuerte que retoza en mi pecho. Esta combinación de emociones me hace recurrir al invitado especial: la camiseta de Superman. Su amor irrefutable por Lois Lane, la imagen de esperanza que da a Metrópolis y la compasión innata en sacrificarse por un mundo que ni siquiera es suyo. Son tales los atributos que la “S” más popular integra. La fusión Violeta, Azul e Índigo del Espectro Emocional. Lo pondría a prueba en mi expedición hacia los Jardines de la Menara.



Decido ir a pie. Ni siquiera por el incidente del taxista. Simplemente siento una gran esperanza en mi corazón. Cada vez que avanzo; cada paso que doy; siento que todo va a estar bien. Mi miedo a los marroquíes es prácticamente nulo. Me siento igual que ellos sin serlo. Después de todo, llevo una camiseta de Superman y dudo que me encuentre Kryptonianos musulmanes. Me siento contento. Pero, al poco tiempo, lamento no disponer de supervelocidad o vuelo. Especialmente porque el trayecto no es tan corto como me espero.

En el mapa parece relativamente cerca. Pero se trata de un trayecto de varios kilómetros. Sólo hago una parada en la ida. El Teatro Real de Marrakech. Desde fuera, presenta una arquitectura digna y admirable. Desde dentro, me entra una gran decepción. Abandonado y putrefacto. Me llama la atención un recorte de periódico que dice que las artes deben ser rescatadas. ¿Es esa mi misión como superhéroe? ¿Superman rescatando la cultura? Sin duda, la temática de la mayoría de mis anacrónicas. La pérdida de valores, la extinción de la virtud y el Apocalipsis… para generalizar. No obstante, esta vez no me siento repugnado por este simbolismo. Me da esperanza lo que voy a encontrar y lo que puedo hacer para enmendarlo.

Después de este pequeño desvío, me empeño en seguir hasta llegar a mi destino. Me pierdo varias veces. Noto la falta de compasión en los marroquíes a quienes pido orientación. Creo que me pierden a propósito. Uno incluso me recomienda que tome un taxi. Camino y camino. De un lado a otro. Me entero que debo seguir recto. Y no anticiparme en los cruces como estaba haciendo. El sol desértico brilla con mayor intensidad. No he comido ni he bebido nada. Pero mi paciencia sigue brillando dentro de mí diciendo, “Si amas algo, lo conseguirás… si ayudas a los demás, te ayudarán… todo estará bien”.

Y así es. Llego a mi destino. Fatigado pero con la moral alta. Hay camellos en la entrada. Un marroquí me invita a subir. También un taxista. No sé cuál de los dos apesta más. Me propongo comprar una chilaba para el calor. Soy demasiado blanco para estar en el desierto. Compro una botella de agua en el camino que conduce a mi objetivo. Hay árboles a respectivo lado. Como por arte de telepatía, me llega un vendedor con chilabas. Me pide trescientos dírhams. Regateo y regateo. No baja el precio. Le digo que vuelvo luego. En eso consiste el arte de regatear. Pero todavía no era consciente que estaba por enfrentarme a mis enemigos más despiadados.



Sigo andando hasta llegar a la Menara. La imagen me parece decepcionante según mis expectativas y el largo trayecto que había hecho. Consiste de un pabellón y una alberca. Me imaginaba las aguas azules y cristalinas. Como la foto de mi guía. En la realidad son marrones y oscuras. Por lo visto, el efecto-photoshop también se aplica a la arquitectura. El calor excesivo me hace buscar la sombra detrás de los escalones opuestos al pabellón. Que, por cierto, tampoco me conmueve en lo más mínimo. Bebo agua y descanso a la vista de numerosos olivos. Siempre los asocié con Atenea. Ergo, la Sabiduría. Contemplo el simbolismo apocalíptico. Está desierto el desierto de olivos. Sabiduría desertada. ¿Es que el sentido de mi vida sólo tiene que ver con señalar todo lo que se ha perdido? ¿Se puede tener esperanza en un bosque cuando inevitablemente se convertirá en desierto?

Me levanto y completo la vuelta hasta el pabellón. Cuesta diez dírhams la entrada. Decido pagarlo para que mi viaje tenga mayor sentido. Aparte de la chilaba que estoy dispuesto a comprar. Pago veinte y se quedan con el resto. Me dicen que no tienen cambio. Cada vez desconfío más de la fijación de precios en Marruecos. Se me pasa al poco tiempo cuando salgo frente a la alberca y me siento bajo una sombra más fresca. Empiezo a leer mi guía. Me entero que los servidores del Sultán solían lanzar a las amantes del gobernador a la alberca para deshacerse de ellas. Me hace reflexionar sobre el amor en general. Las parejas actuales. Cuántas infidelidades y mentiras. Escapadas y reconciliaciones. ¿Es eso amor de verdad? Si lo es, todo el mundo merece estar al fondo de aguas marrones y oscuras. Donde no veía reflejado el pabellón; pese a lo que indica mi guía con tanto optimismo. Lo peor es que cuando se busca el amor auténtico, pasa todo lo contrario. Una maldición representada en amores desaprovechados. Por no decir lo correcto cuando debe decirse. Por decirlo muy temprano. Muy tarde. Años después. El tiempo es el enemigo del amor. Y soy el dios del tiempo…

Mi momento de desamor misántropo se ve interrumpido por otro árabe. Me recomienda que suba al techo. Asiento pese a encontrarme refrescado bajo la sombra. Me pide mi ticket de la entrada. Le digo que no me lo dieron (omitiendo que encima me habían cobrado de más). El marroquí es mayor y amable. Me dice que no importa y me empieza a dar mucha información sobre Marrakech sin que se la pida. Parece que no busca un interés particular por nada. Su compasión pura me reconforta. Hasta que me saca la mano. Pidiendo propina, limosna o algo por la caridad de darme información que ya tengo en mi guía. Le doy dos dírhams negando con la cabeza. ¿En esto consiste el mundo? ¿Ser bondadoso a cambio de algún provecho personal? Ya consideraba la compasión humana como una virtud extinta. Mas ahora pienso, ¿habrá existido realmente?


Me vuelvo a encontrar con el mismo vendedor de la chilaba en la salida. Doomsday. Es insistente con los trescientos dírhams. Le da igual lo que le digo por regatear; que me iba, que ya no estaba interesado, que se lo compraba a otro a menor precio. “300, 300, 300”, me repite en francés. Otro vendedor cercano, Braniac, me pide lo mismo. Al final me rindo y le doy a Doomsday lo que me solicita. En el momento que el dinero toca su mano, otros dos vendedores salen de los bosques adyacentes como chachales: Bizarro y Lex Luthor. El primero quiere venderme una camiseta de “I Love Marruecos” al mismo precio. Por mi gran afición a ser turista, rechazo su oferta. Una y otra vez… una y otra vez. Tras deshacerme de éste, Brainiac dice ahora que me deja las chilabas a 250. Luthor me ofrece dos chilabas por 220. El que más juega conmigo. Mi némesis. Lástima que no vino antes. Aunque dudo que me hubiese ofrecido lo mismo. Descubro que regatear en Marruecos es un arte basado en la competencia. Un árabe no rebaja los precios al menos que le compres a otro. Por más o por menos, daba igual. Es carroña sobre carroña. Uno te muerde la pierna mientras que otro quiere quedarse con tu brazo. Y Luthor no me soltaba el brazo. Literalmente. Susurrándome los precios al oído. Una y otra vez… una y otra vez.


Visto la chilaba en el camino de vuelta. Salí del hotel como Superman y regreso como Clark Kent. Estilo árabe, al menos. La chilaba es blanca y el material al tacto remite a una sensación entre seda y algodón. No dispone de capucha y tiene una costura cerrada hasta la base del cuello. Me llaman la atención numerosas bolitas que se cosen verticalmente sobre el cierre. Dotados de una secuencia de colores que se repite en el siguiente orden: azul, naranja, negro, verde, rosa y blanco. Pero el aspecto más llamativo para los viandantes que me miran, es la transparencia de la chilaba y la “S” de Superman que todavía puede vislumbrarse a través de la misma.

Decido hacer el trayecto de vuelta a pie. Ya me siento más recuperado. Pero para asegurarme, me detengo a comer en un restaurante llamado, “Planet Foods”. Un Planet Hollywood a lo marroquí. Me sorprende que tanto este restaurante como los demás que veo en Hivernage se encuentren vacíos. Como un pueblo fantasma de un Western. Hasta ese momento no había caído que me encuentro en pleno Ramadán; que explicaría lo que me pasó ayer. Me sigue viniendo el mismo simbolismo de siempre. En el propio menú del restaurante donde hay una biografía de varios escritores franceses. ¿El simbolismo? ¡La extinción intelectual!


Termino de comer y sigo andando por el camino que ya había transitado. A unos cuantos metros, me para un marroquí en una moto para extenderme la mano. Me dice en francés que no lo conocía pero él sí me conoce a mí. Del aeropuerto, según él. Me confiesa que ha perdido su documentación. En vísperas de comenzar su larga y trágica historia, lo interrumpo diciendo que no puedo ayudarlo. El marroquí arranca nuevamente sin despedirse o mostrarme expresión alguna. No sabía si creerle o no. Sé lo terrible que puede llegar a ser eso. Pero me siento indiferente y sigo mi curso. 



Cerca del hotel, me detengo en un supermercado por un antojo de dulces árabes y una botella de agua. Me dirijo antes a lo segundo. Mientras elijo una botella, me percato que una de las trabajadoras marroquíes me mira con ojos libidinosos cuando paso por el pasillo que custodia. Tanto de ida como de vuelta. El agua está cerca de su pasillo, mas la pierdo de vista. Se acerca al extremo del mismo. Se detiene a la altura de las mermeladas violetas de hayas de bosque. Mi Zafiro Estelar de Marrakech. Le mantengo la mirada. Ella la baja. Me resulta atractiva. Tanto para enamorarme. No le digo nada. Intento justificarme a mí mismo que es por un problema en el idioma, su religión y mi timidez. Pero la verdad es que no estaba en mí…





Compro los dulces árabes y la botella de agua para salir al poco tiempo. Afuera se me acerca un marroquí joven a pedirme limosna. Le digo con la mano que no. Me sigue. Se lo repito en francés y en árabe con cierta irritabilidad. "Non, non, non; la la la". Hasta que finalmente desiste. Me empieza a dar mucho sueño acercándome al hotel. Como por encanto del condicionamiento clásico de Pavlov. Al entrar, me percato de un detalle muy curioso. Simbolismos que ni siquiera había remarcado. En resumen, mis tres últimos encuentros eran completamente lo opuesto a lo que debía representar. No le di esperanza al árabe en la motocicleta, pasé del amor con la chica del supermercado y no tuve compasión con el joven pordiosero. ¿Será que los colores de mi chilaba representaban todas las variedades de kriptonitas?



Me echo una larga siesta. Cuando despierto, me propongo un último cometido. Con tal de mantener la esencia de Superman y disfrutar de mis vacaciones en conjunto, decido bajar a la piscina del hotel para darme un baño y broncearme. Después de todo, Superman obtiene su fuerza del sol amarillo de la Tierra.  Esto es porque su planeta Krypton se ubicaba en un Sistema Solar con un sol rojo; la estrella más grande de todas. Su viaje a la Tierra aumentó su densidad molecular para dotarlo con superpoderes. Digo esto para quienes creen que Superman tiene sus poderes sólo por ser un alienígena. Mientras alterno chapuzones y rayos solares, llego a la conclusión que mi fracaso en esta fase del Espectro Emocional es muy sencilla. He vuelto como todo lo que criticaba estando en Hivernage. Fui como un superhombre y volví como un hombre corriente. De Superman a Clark Kent. Para los religiosos, mi parte divina desapareció ese día. Para los ateos, el superhombre murió en la Menara. Espero que la poca luz que queda de la tarde me devuelva mi amor, mi esperanza y mi compasión. Si no lo hace el sol del desierto, nada lo hará…

viernes, 1 de junio de 2012

LAS NOCHES MÁS OSCURAS DE MARRAKECH I


PREMISA: Estuve en Marrakech siete días en agosto del 2011. A cada día corresponde una camiseta de un Cuerpo de Linternas en acorde a la primera emoción que sentía por la mañana. Luego emprendí en rutas turísticas determinadas intentando conservar y explotar la emoción que tocaba. Enfatizo que ninguna de las camisetas fue preseleccionada. Lo que sentía ese día, vestía.  Eran meras pautas para condicionar mi dialéctica e interacción con la gente de una manera u otra. A nivel personal, era una búsqueda por encontrar mi emoción en el Espectro Emocional. Tenía seis camisetas y vestí la emoción ganadora en mi retorno el séptimo día. Ah… y otra cosa… como el mismo nombre implica, mis noches fueron demasiado oscuras para ser contadas. Con lo cual, la narración será de la aurora al crepúsculo.  Lo que hice por las noches, me lo llevo a la tumba... 

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LUNES: EL PODER DEL MIEDO 

Me despierto a las cinco de la mañana.  Mi vuelo no sale hasta las diez. “El horror el horror”, me digo a mí mismo como Marlon Brando en Apocalypse Now. Me había emborrachado el viernes. Mis resacas suelen durarme dos o tres días según lo que beba. El hecho es que la llamada “resaca de lunes” es siempre la misma. El Miedo. Un terror que acomete todos mis miembros y me impide salir de la cama para enfrentarme al mundo.  Durante la época de estudios, rara vez iba a la Universidad un lunes. Con antecedentes alcohólicos, digo. Mas ahora no tengo opción.

Me levanto y me voy a duchar. Espero que el agua, antítesis del alcohol, pueda borrar el terror que llevo en el cuerpo. Me medico por mi condición.  Había empacado varias pastillas. Por si yendo al sur perdía el norte.  Nunca se sabe.  También Imodium y Pepto Bismol. Tengo mucha náusea. No sé si por la resaca o por los nervios. Me voy a Marrakech solo desde Madrid. Qué miedo siento. Visto la camiseta amarilla de Sinestro Corps.

Me dirijo al metro. Iba muy bien de tiempo. Me había levantado una hora antes de los previsto. Me alegro que el horror incremente mi puntualidad. Por desgracia, ser puntual no elimina mi pavura. No dejo de pensar en la decisión impulsiva que he tomado. Como si intento escaparme de algo. Irónicamente, mi cobardía me condujo al miedo que siento en estos momentos. ¿Marrakech? ¿Ir al desierto en pleno mes de agosto? ¿En el auge de todas las revoluciones afrancesadas del mundo árabe? ¡Solo! Debo estar perdiendo la mente. Al menos llevo mucha medicación.

En el aeropuerto facturo con tiempo de sobra.  No llevo mucho equipaje en realidad. Sólo dos mochilas con las camisetas del Espectro Emocional, un bañador, una pantaloneta, cuadernos, un cómic de Batman y tabaco. En lo que lo último respecta, salgo a fumar tras conseguir mi billete. Error. Sólo multiplica el miedo. Paso los controles y me dirijo a uno de los cafés del aeropuerto. Los precios son desorbitantes. Pero necesito comer. Eliminar el alcohol completamente de mi sistema. Pienso un momento incluso quitarme  la resaca con más alcohol. “Regular el pH”, como diría mi amigo Alberto García Crego. Algo que no puedo hacer. Puesto que he sido elegido para inspirar un gran miedo. Y no tengo ni idea por qué. Me pido un café, un zumo de naranja y un pincho de tortilla española. Casi ocho euros en total. ¡Vaya estafa! Me da igual al poco tiempo. Estoy muy débil. Físicamente y psicológicamente. Ni siquiera tengo las energías para protestar. Devoro mi comida de oro en cuestión de segundos y me dirijo a la puerta de embarque.

Todavía dispongo de mucho tiempo. Y opto por leer. Batman: El Retorno del Caballero Oscuro. En aquellos momentos, me parece relevante haber elegido ese cómic para este viaje. Batman es, después de todo, el superhéroe cuyo poder se estriba en inspirar miedo en el corazón de los criminales. Incluso fue poseído por un anillo amarillo en la fase inicial de la guerra Sinestro Corps. Me percato, entonces, que mi objetivo de este día es invertir el miedo que sentía hacia fuera. ¿Cómo a inspirar a otros lo que sientes y dejar de sentirlo tú mismo? ¿Me hacía falta un disfraz de algún tipo? Batman le tenía miedo a los murciélagos y personificó ese miedo para proyectarlo hacia fuera. Pero mi caso era más abstracto. Ni siquiera sé lo que temo. Como si se tratara del Miedo Puro. Innato contaminado Poseído sometido a la Entidad  viviendo



Cuando entro en el avión, me dejan sentarme en cualquier asiento. Como es mi costumbre antisocial, me dirijo a la parte trasera.  En la ventana con la esperanza de ver el desierto. El avión comienza a llenarse. Los dos asientos a mi izquierda permanecen desocupados. No puedo estar más contento. Hasta que llega el azafato a preguntarme si me importaba sentarme en la salida de emergencia. No es una orden. Me da la opción sencillamente. Me dice que necesita dos personas y falta sólo una. Accedo sin pensármelo detenidamente. Mientras me levanto recuerdo lo absurdo que me parece el tema de seguridad en los aviones. En la película del Club de la Lucha (Fight Club) lo llaman “la ilusión de seguridad”. Cuando llego a la susodicha salida de emergencia, me azota la ironía que la otra persona responsable de nuestra seguridad está dormida. Ni siquiera se levanta para dejarme pasar a la ventana. Cerca del ala donde ya no puedo ver el desierto.

Mientras me siento y me maldigo por obedecer, no dejo de pensar en la guía de Marrakech que había comprado  para el viaje. ¿La dejé en el otro asiento? ¿O lo guardé en mi mochila antes de meterla en el compartimiento superior? La Bella Durmiente me impide mi cometido. Lo puedo despertar, pero no me atrevo. Me siento débil y sin voluntad. El miedo crece en mi pecho. Sin la guía estoy perdido. Sigo sin el valor para despertarlo. No comprendo como debo inspirar miedo todavía. Lo contrario sería ser valiente. No es lo mismo. ¿Cómo lo hago? Opto por la apatía y decido confirmarlo después. Empieza a darme mucha hambre. Y tiene su razón de ser. Hablando desde la psicología.

Cuando viví en Francia, la primera familia que me acogió acabó odiándome. Sobre todo la madre. Nunca le mostré lo que se esperaba de mí. Como consecuencia, me hacía sentirme mal durante cada comida. Fui a un programa de intercambio para trabajar en el campo. La madre nunca me daba faena. Sencillamente me quería como una especie de mascota para llenar el vacío de su retraso sentimental. Fracasé como individualista. A la hora de las comidas, me preguntaba siempre qué había hecho. Para probar si era digno de la comida que me ofrecía. Llegó al punto que ni siquiera me ponía un plato. Aparte de la presión que tenía para trabajar y merecer un puesto en su mesa, sentía miedo cada vez que iba a comer. Con el tiempo me condicioné a sentir ambas cosas a la vez. Sentía miedo cuando tenía hambre y me daba hambre cuando tenía miedo. No logré superarlo del todo.

Los precios en el avión son igual de exagerados que en el aeropuerto. Me gasto otros siete euros en un bocadillo, una Pepsi y unas patatas. Reduzco mi miedo pero no lo elimino. Me reconforta encontrar mi guía en la mochila al aterrizar en Marrakech. El vuelo duró alrededor de dos horas. En mi mente fue una eternidad. Afortunadamente no tengo problema alguno pasando por la aduana y encontrando mi otra mochila. Cambio veinte euros a dírhams para el taxi. Mi guía dice que los taxistas suelen a estafar a los turistas en el aeropuerto (dónde no). Un amigo del trabajo ya me había advertido que no podían cobrarme más de diez dírhams. Estoy determinado a negociar el precio. Pero cuando salgo fuera, me encuentro con algo inesperado.

Todos los taxistas están juntos. Aparcados en filas y reunidos en un gran grupo como hienas. ¿Las presas? Los turistas que salen. Me da la sensación que sólo me ven a . Siento sus miradas. Empiezo a fumar. Me tiembla la mano. Nuevamente, no sé si por la resaca o el miedo. Los taxistas están conspirando ya en mi contra. Lo sé. Mientras más disimulo mi indiferencia, más siento que me miran.  Me percato que hay una zona específica donde debo fumar. Una especie de jaula de canarios esférica. No me encuentro en ella. Otra razón para que todos los taxistas fijaran sus miradas en .  Como una gacela herida y de poca edad que a penas puede caminar. La nicotina aumenta mi paranoia. Siento que no puedo respirar. Me movilizo al área de fumadores con los demás turistas. Más próximo a los taxistas. Intento distraerme en la otra gente de mi rebaño. Pero sus risas me atormentan. Sé que los taxistas sólo me ven a mí. El turista ingenuo que vino solo. Mi cigarro se consume proporcionalmente a mi ansiedad. Ya no tengo más opciones. Y no dejo de pensar en lo que puede llegar a pasarme…

Me acerco a las hienas. Siento mi corazón latiendo. Hasta que veo que ninguno se ofrece a llevarme. Intento elegir al que parece menos vicioso. Pero se me olvida que trato con una manada y me redirige a otro. Pregunto cuanto cuesta ir a mi hotel. Me pide lo mismo que he cambiado. Doscientos diez dírhams. Intento regatear pero tartamudeo en el intento. Me responde que es precio del aeropuerto. No tengo voluntad para discutir. Sé que miente. Pero ya sólo quiero llegar a mi hotel. Durante el camino intenta hacer conversación conmigo. Es muy amable. Aunque me consume por dentro el conocimiento que me haya estafado. Lo dejo pasar. Le respondo en ocasiones. Mas no dejaba de ser una hiena para mí. Llegamos a mi destino y le doy lo acordado.

No tengo problemas para alojarme. Mis reservaciones están correctas y mi habitación está decente. Incluso tengo aire acondicionado. Aún así, siento que el clima de Marrakech está más fresco que en Madrid. Salgo nuevamente a cambiar euros en el banco de la par. Hubo otro dato que acaecía mi voluntad ausente en esos momentos. Un marroquí se me cuela en la fila. El dependiente me pregunta en francés si estaba antes que yo.  Le respondo con un “no” rotundo. Pero el hombre asegura que sí sin dar crédito a mi comentario. Nuevamente decido ceder.

Vuelvo al hotel a dormir. Ya no quiero saber nada de Marrakech ese día. Pienso darme una pequeña siesta. Pero me levanto cuatro horas después. Con menos temor que antes, decido explorar mis inmediatos alrededores. Me llaman la atención varias cosas. El color rojo de la ciudad, la ausencia de nombres en las calles y la cantidad de musulmanes en todos lados. Algunos pasan completamente de mí y otros se me quedan mirando. Voy perdiendo el miedo a los marroquíes a la media hora. Decido cenar un shawarma barato en frente de mi hotel. El sol se está poniendo. Los camareros que me atienden son muy apáticos. Pido mi orden y me dejan esperando. Casi media hora. Y es comida rápida. Me dicen que la plancha se está calentando. Pero no les creo. Me empiezo a irritar. Hasta ahora había tolerado mil injusticias. Intento mantener las formas pero me sale del alma la expresión en francés, “Cinco minutos más y me largo para no volver”. El tono de mi expresión es agresivo. Como si los estuviera amenazando de muerte. Me sorprende haberlo dicho de esa manera. El hecho es que me dieron el shawarma en minuto y medio. Me regalaron la bebida. Ya sé cómo inspirar miedo. Y todo tiene que ver con puntualizar con seriedad alguna pérdida futura. Como yo antes temía perder el respeto del azafato, el buen trato de la bella durmiente y el hombre del banco o mi dinero con la hiena taxista. En esos momentos recuerdo que nunca cargué mi anillo. ¡Y TENGO TODA LA NOCHE POR DELANTE!


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